24 de December de 2024
A 13 años de su muerte, Celia Cruz sigue como «La Reina de la Salsa»
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A 13 años de su muerte, Celia Cruz sigue como «La Reina de la Salsa»

Jul 14, 2016

CIUDAD DE MÉXICO, 14 de julio, (NOTIMEX / CÍRCULO DIGITAL).- El 16 de julio de 2003 el mundo se despertó con la noticia de la muerte de la cantante Celia Cruz, «La Reina de la Salsa», la mujer cuya voz simbolizó el alma de una nación y que hoy, a 13 años de su fallecimiento, su recuerdo sigue vigente gracias a sus canciones, su poderosa voz y enorme carisma.

Celia Caridad Cruz Alfonso nació en La Habana, Cuba, en el barrio de Santos Suárez, el 21 de octubre; el año exacto no se sabe, pues fue uno de los secretos más guardados por la intérprete, aunque en algunas biografías se dice que en 1924, en otras que en 1925, o cuatro años antes.

Sin embargo, el año de su nacimiento es lo de menos, cuando se trata de una de las cantantes latinas más importantes y de las mujeres cubanas más influyentes de la historia.

De su infancia, fue la segunda hija de Simón Cruz y de doña Catalina Alfonso; se crió entre tres hermanos y 11 primos, la mayoría menores que ella.

Su principal función en esa casa y ante toda esa familia era cuidar a los pequeños y para dormirlos les tenía que cantar canciones de cuna; su voz llamó la atención de su madre, quien por cierto, también poseía una gran voz, según contó en alguna ocasión la misma Celia.

Al darse cuenta de ese don que heredó de su progenitora, la pequeña empezó a cantarle a los turistas, comenzó a ganar algo de dinero y con el tiempo se dio cuenta de que lo suyo sería la música y así le nació el sueño de pisar un día los escenarios en los que se presentaban las orquestas e intérpretes de su tierra.

Y a pesar de que su padre se oponía, pues deseaba que su hija fuera maestra de escuela, con el apoyo de su mamá, Celia llegó al Conservatorio Nacional de Música de Cuba.

Asimismo, ya cantaba y bailaba en las corralas habaneras y participaba en programas radiofónicos para aficionados, como «La hora del té» o «La corte suprema del aire», en los que obtenía premios como un pastel o una cadena de plata, hasta que por su interpretación del tango «Nostalgias» recibió un pago de 15 dólares en Radio García Cerrá.

Más tarde intervino en las orquestas Gloria Matancera y Sonora Caracas, y formó parte del espectáculo «Las mulatas de fuego», que recorrió Venezuela y México.

En 1950, cuando ya había intervenido en varias emisoras, pasó a formar parte del elenco del célebre cabaret Tropicana, donde la descubrió el director de La Sonora Matancera, el guitarrista Rogelio Martínez, y la contrató para reemplazar a Myrta Silva, la solista oficial de la orquesta.

Con más de dos décadas de trayectoria a sus espaldas, La Sonora Matancera era entonces una orquesta popular, conocida por su predilección por los ritmos negros y los sones con trompeta; con la incorporación como primera vocalista de Celia Cruz, que acabaría siendo el alma del grupo, la orquesta vivió su Edad de Oro.

Durante los años 50, ella y La Sonora Matancera brillaron en la Cuba de Pío Leyva, Tito Gómez y Barbarito Díez; del irrepetible Benny Moré, del dúo Los Compadres, con Compay Primo (Lorenzo Hierrezuelo) y Compay Segundo.

La Cuba de Chico O’Farril y su «Sun sun babae»; la Cuba de la conga, de los Havana Cuban Boys; la de Miguel Matamoros con su «Mamá, yo quiero saber de dónde son los cantantes»; la de Miguelito Valdés con su «Babalú…». Celia Cruz aportó su «Cao cao maní picao», que se convirtió en un éxito.

Y otro tema posterior, «Burundanga», la llevó a Nueva York en abril de 1957, para recoger su primer Disco de Oro.

Luego de esto, la cubana se había ganado ya varios de los apodos y títulos con que quisieron distinguirla: fue «La Reina Rumba» y «La Guarachera de Oriente», y desde las primeras giras por México, Argentina, Venezuela o Colombia, la «Guarachera de Cuba».

El 1 de enero de 1959, el dictador Fulgencio Batista se vio obligado a refugiarse en República Dominicana ante el triunfo de la revolución liderada por Fidel Castro, y la orquesta tuvo que andar otros caminos.

Aunque el mismo Fidel figuraba entre los admiradores de la cantante, Celia Cruz no soportaba que le dijeran qué y dónde tenía que cantar.

El 15 de julio de 1960, La Sonora Matancera consiguió el permiso para presentarse en México, y una vez allí, en parte impulsada por el grave deterioro de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, decidió no regresar.

Después de un año de aplausos en México, Celia se estableció en Estados Unidos y sellaba su primer compromiso para actuar en el Palladium de Hollywood.

Si bien declaró en aquellos días: «He abandonado todo lo que más quería porque intuí enseguida que Fidel Castro quería implantar una dictadura comunista», su furibunda militancia anticastrista cristalizó después, a partir del 7 de abril de 1962, cuando supo de la muerte de su madre y no pudo entrar en la isla para asistir al funeral.

El 14 de julio de 1962, Celia Cruz se casó con el primer trompetista de la orquesta, Pedro Knight, quien a partir de 1965, año en que ambos dejaron La Sonora Matancera, se convirtió en su representante.

La cantante inició su trayectoria como solista junto al percusionista Tito Puente, con quien grabó ocho álbumes.

Los jóvenes hispanos de Nueva York la descubrieron en 1973 en el Carnegie Hall, cuando integraba el elenco de la «Salsópera Hommy», de Larry Harlow.

Posteriormente participó en un legendario concierto grabado en vivo en el Yanquee Stadium con Fania All-Stars, un conjunto formado por líderes de grupos latinos (así llamados porque grababan para el sello Fania) que darían el impulso definitivo a un género musical que había venido gestándose en los últimos años: la salsa.

La intérprete cubana era ya una celebridad internacional cuando en 1974 grabó con el flautista dominicano Johnny Pacheco el disco Celia & Johnny, considerado el primer clásico del género.

Desde entonces, el éxito fue la constante de los centenares de conciertos coreados por un público entregado al grito de su «Bemba colorá». Esa voz electrizante, su alegría contagiosa y el llamativo vestuario fueron pronto una bandera de identidad de los inmigrantes. Ella, a su vez, terminó por asumir el rol de estandarte del anticastrismo.

Como tal, quiso dejar su impronta también en el cine, y participó como actriz -ya lo había hecho varias veces como cantante- en «Los reyes del mambo» (1992) y «Cuando salí de Cuba» (1995), porque ambas películas reflejaban historias de los primeros exiliados cubanos, en parte cercanas a su propia biografía.

De este modo, no solamente se erigió como la imagen distintiva de la salsa con orquestas como las de Tito Puente, Willie Colón, Ray Barretto o Johnny Pacheco, sino que también llegó a cantar rock o tango.

Además unió su poderosa voz a la de intérpretes tan dispares como el británico David Byrne, el rumbero gitano Azuquita, el grupo argentino Los Fabulosos Cadillacs, los españoles Jarabe de Palo y el rapero haitiano Wyclef Jean, además de improvisar duetos con sus amigas Lola Flores y Gloria Estefan, con damas del soul como las estadounidenses Dionne Warwick o Patti LaBelle, y con el «Rey de la Canción Ranchera», Vicente Fernández.

Ataviada con sus fastuosos y extravagantes vestidos, tocada con pelucas imposibles y encaramada sobre zapatos únicos de alto tacón inexistente, Celia Cruz conservó hasta el último momento una vitalidad insólita.

Feliz con su flamante Grammy al Mejor Álbum de Salsa por «La negra tiene tumbao» (2001), en el verano de 2002 celebró el cuadragésimo aniversario de su boda con Pedro Knight con una fiesta que le organizó la cantante Lolita Flores en Madrid.

En noviembre de ese mismo año, durante un concierto en el Hipódromo de las Américas de la capital mexicana, empezó a perder el control del habla.

Al regresar a Estados Unidos se sometió a la extirpación de un tumor cerebral; desgraciadamente, la enfermedad no tenía remedio. Con el ruego, expresó que no se viera en ello una despedida.

El 13 de marzo de 2003 apareció por última vez en público en el homenaje que la comunidad latina le rindió en el Teatro Jackie Gleason de Miami. Por esos días, entre febrero y marzo, grabó un último disco que no llegaría a ver editado: «Regalo del alma».

Sus dolencias pudieron más que su portentosa energía y el 16 de julio de 2003 falleció en su casa en Fort Lee (Nueva Jersey), a los 78 años.

Miles de compatriotas desfilaron ante sus restos, primero en Miami y luego en Nueva York, donde recibió sepultura.

También los cubanos de la isla, pese a la prohibición oficial que había pesado sobre su música durante más de 40 años, lamentaron el deceso de la más grande embajadora musical de Cuba.

Pocos días después de su fallecimiento fue homenajeada por sus compañeros de profesión en la gala de entrega de los Grammy Latinos.

Por Eleazar Ramos Villaseñor.