23 de December de 2024
#ANÁLISIS AMLO y el tigre, el ‘deja vu’ histórico de México
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#ANÁLISIS AMLO y el tigre, el ‘deja vu’ histórico de México

Abr 2, 2018
  • Hay patrones históricos y sociales que podrían despertar al tigre del que habló el tabasqueño, afirma académica de la IBERO

Dra. Ivonne Acuña Murillo

La afirmación de Andrés Manuel López Obrador, precandidato de la coalición ‘Juntos haremos historia’, durante la 81 Convención Bancaria que tuvo lugar en Acapulco, Guerrero, según la cual “si se atreven a hacer un fraude electoral, yo me voy a Palenque, y a ver quién va a amarrar al tigre, el que suelte el tigre que lo amarre”, causó gran revuelo. Como siempre, las diversas interpretaciones no se hicieron esperar y con seguridad serán utilizadas por sus adversarios una vez que comience el periodo de campaña.

Algunas apuntaron a que él soltaría a propósito al tigre en caso de que, nuevamente, le hicieran fraude y no lo dejaran llegar a la silla presidencial; otras, a que bastaría con que desconozca el resultado electoral, en caso de no ganar, para soltar al tigre; otras más, a que una elección de Estado, con el claro contubernio de la presidencia de la República, los gobiernos estatales y las autoridades electorales, desatarían al tigre con independencia de lo que hiciera López Obrador.

El punto aquí es que, desde estas interpretaciones, no queda claro quién o quiénes soltarían al tigre, asumiendo la existencia de una intención previa por parte de los grupos políticos de centroderecha que se han instalado a la cabeza del Estado mexicano para no dejar llegar a quien ponga en riesgo lo pactado. Tampoco hay certeza sobre las causas que darían paso a la formación del tigre y si, en efecto, éste podría ‘ser soltado’.

Se puede iniciar afirmando que ir más allá de lo dicho por el candidato no es una mera cuestión de ‘pureza sintáctica’ sino de política al más ‘puro’ estilo. Pero como de lo que se trata aquí no es hacer política, sino observación teórico-política, vaya un pequeño ejercicio de análisis de discurso.

Primero, su dicho apunta a la acción de terceros como lo indica la siguiente frase: “Si se atreven a hacer un fraude electoral”. Segundo, a una acción propia como consecuencia de la acción de terceros: “Yo me voy a Palenque”.

Tercero, una presuposición tácita sobre que se podría ‘soltar al tigre’ y al mismo tiempo un cuestionamiento sobre quién lo amarrará: “A ver quién va a amarrar al tigre”. Cuarto, una afirmación contundente sobre una acción que se generará a partir de otra: “El que suelte el tigre que lo amarre”.

Si se observa con detenimiento, en ningún momento sostiene que ‘él soltará al tigre’, sino que será soltado por la acción de terceros; lo que si afirma es que una vez suelto el tigre ‘él no lo amarará’; esto es, no se hará cargo de las consecuencias provocadas por la acción de terceros. Es así como, desde este simple ejercicio, se puede rechazar la existencia de una clara amenaza por parte del candidato de ‘soltar al tigre’, como estratégicamente han sostenido sus adversarios políticos. Lo anterior no significa que esto deje de ocurrir en caso de que se consume un fraude electoral en su contra.

Es aquí donde se vuelve oportuna la pregunta en torno a cuáles son las condiciones que permiten suponer, en primer lugar, ‘la existencia de un tigre’ y, en segundo lugar, la posibilidad de que éste ‘sea soltado’.

Para responder al primer cuestionamiento se hace necesario recordar que la expresión ‘soltar al tigre’ fue utilizada por Porfirio Díaz, el 31 de mayo de 1911, poco antes de partir al exilio, cuando dijo a Victoriano Huerta: «Madero ha soltado el tigre, ahora veremos si puede controlarlo». Esta alegoría hace referencia a la existencia de amplios sectores inconformes de la población que una vez movilizados se vuelven peligrosos y difíciles de contener, ‘como un tigre’.

Aquí podría preguntarse: ¿Cómo Madero soltó al tigre? Una posible respuesta sería que lo soltó al darle esperanzas de cambio, al sembrar en la población la idea de que el dictador debería irse para darle paso a nuevas generaciones y a una nueva manera de hacer política. Podría preguntarse también: ¿Cómo Díaz contenía al tigre? Se podría contestar diciendo que a fuerza de palos, con mano dura, con leyes que impedían a las clases menos favorecidas remontar su condición de pobreza y con acuerdos que protegían los negocios y el bienestar de una cúpula en detrimento de las grandes mayorías.

Más aún debería preguntarse: ¿Cómo se formó el tigre?

Diversas fueron las causas que durante el periodo conocido como El Porfiriato alimentaron la inconformidad social que hizo crecer al tigre, entre ellas: 40% de la tierra estaba en manos de 840 hacendados, tan solo el general Luis Terrazas poseía un predio de alrededor de 2.5 millones de hectáreas, por lo que a la pregunta ¿es usted de Chihuahua? Él respondía: “No, Chihuahua es mío”.

No existía una legislación que protegiera a obreros y campesinos, las huelgas estaban prohibidas y se sancionaba severamente a quienes osaban pedir mejores salarios los cuales ascendían, hacia el final del Porfiriato, a 25 centavos diarios, o la reducción de la inhumana jornada de trabajo que, en muchos casos, alcanzaba las 12 horas. La pirámide social estaba conformada por diversas clases sociales, entre las cuales había una marcada diferencia entre los privilegiados y la mayoría.

La justicia, lejos de proteger al débil, servía para legalizar los despojos del más fuerte. Los jueces, en vez de encarnar la justicia se comportaban como agentes del Ejecutivo. La riqueza nacional estaba en manos de empresas estadounidenses y europeas, como los ferrocarriles, las minas de plata y la riqueza forestal que eran controlados por franceses, españoles y alemanes y el petróleo por empresas estadunidenses. La estabilidad económica que se vivió en aquella época fue posible gracias a la explotación de recursos, incluyendo la mano de obra. Finalmente, después de tres décadas en la presidencia, Díaz se negó a dejar el poder y dar paso a la alternancia.

Guardada toda distancia histórica esto parece un deja vu en varios aspectos: ya no la tierra, sino la riqueza generada por el país está en manos de unos pocos, menos de 1% de la población total, mientras que la mitad de esta se encuentra en situación de pobreza. De acuerdo con el estudio ‘La distribución y desigualdad de los activos financieros y no financieros en México’, realizado por Miguel Ángel del Castillo Negrete, investigador del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM), los más acaudalados, equivalentes a 1% de la población, acumulan riqueza similar a la de 95% de los mexicanos, dos terceras partes de los bienes y propiedades del país –tierras, empresas, explotaciones mineras o activos financieros, etcétera –, se concentran en las manos de 10% de los habitantes del país. Del Castillo sostiene que si se repartiera el dinero que acumulan las familias más ricas cada hogar mexicano tendría, en promedio, unos 900 mil pesos (50 mil dólares).

En el mismo sentido y de acuerdo con el informe ‘Una economía para el 99%’, de 2017, presentado por Oxfam, la riqueza de ocho personas en el mundo se compara a la de 50% más pobre de la población (3 mil 600 millones). Entre esas ocho se encuentran: Bill Gates; el fundador de Inditex, Amancio Ortega; el inversor Warren Buffett; el jefe de Amazon, Jeff Bezos; el creador de Facebook, Marck Zuckerberg; Larry Ellison, de Oracle; y el exalcalde Nueva York, Michael Bloomberg.

Si en el mundo ocho personas acumulan la misma riqueza que la mitad más pobre, en México son cuatro; por supuesto, entre los ocho y los cuatro se cuenta al mexicano Carlos Slim. Hecho que ratifica que México es uno de los países más desiguales del mundo.

Según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL) 53.4 millones de personas en México son pobres, de éstas 68.4 carecen de acceso a seguridad social, 62 millones tienen ingresos inferiores a la línea de bienestar, 24.6 carecen de acceso a la alimentación, 21.4 están por debajo de la línea de bienestar mínimo, 21.3 sufren rezago educativo, 19.1 no tienen acceso a servicios de salud y 9.4 millones están en pobreza extrema.

Siguiendo estas cifras, cabe acotar que de acuerdo con el ‘Informe de Coyuntura Ausjal’ (Asociación de Universidades Confiadas a la Compañía de Jesús en América Latina), 2017, en 1992, 53.8% de la población se encontraba debajo de la línea de bienestar (LB) o línea de pobreza monetaria y para 2016, poco más de 50%. En dicho informe se sostiene además que “los salarios en México siguen perdiendo poder adquisitivo, situación que contribuye a que más de la mitad de la población asalariada, 51.7% de los trabajadores, permanezcan debajo de la línea de pobreza monetaria (…) o línea de bienestar del CONEVAL” (LB) (: 15). Esto es, que en 24 años el porcentaje de personas en situación de pobreza no se ha reducido de manera significativa.

En el mismo Informe se constata que en México se pagan los salarios mínimos por hora más bajos de América, Latina y del Norte, y que, en general, el salario mínimo ha perdido casi 4% de su poder adquisitivo en la presente administración, mientras que el salario promedio de trabajadores con posgrado, universidad y preparatoria, lo ha hecho en 14.4%” (:17), lo cual supone que a mayor preparación mayor pérdida de poder adquisitivo.

En relación con el empleo, se aprecia una tendencia a la creación de empleos con bajo salario pues de acuerdo con datos del IMSS, entre 2012 y 2017 creció en un millón el número de empleos en los que se paga ‘hasta’ un salario mínimo, a 2.3 millones aquellos en los que se gana de uno a dos salarios mínimos y en 126 mil los que pagan de dos a tres salarios mínimos.

Un dato más a considerar es que, de acuerdo con el Barómetro Global de la Corrupción, México ocupa el primer lugar de América Latina en cuanto al número de personas que afirman haber pagado un soborno para acceder a servicios públicos. En términos generales la corrupción tiene un costo muy alto para México pues según datos del Banco de México, el Banco Mundial y Forbes asciende a 9% del PIB, mientras que el Sector Privado lo estima en 10%.

Asimismo, los resultados del ‘Índice Global de Impunidad México 2018’, elaborado por la Universidad de las Américas de Puebla (UDLAP), muestran que los índices de impunidad en México siguen en ascenso. En 26 de los 32 estados se agravó el porcentaje de delitos que no se esclarecen y, en promedio, menos del 4% de las denuncias tiene algún resultado. En general, 93 de cada 100 delitos que se cometen en el país ni siquiera se denuncian, y de los 7 en que, si se inicia una averiguación, casi nunca se dicta una sentencia contra los indiciados.

Por si no fuera suficiente con lo dicho, la violencia y la inseguridad aumentan en el país, sin que haya autoridad que pueda frenar este ascenso, pues entre enero de 2015 y enero de 2018 la tasa de homicidios se acrecentó casi en 65%. Según datos oficiales, proporcionados por el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, más de dos mil 500 personas fueron asesinadas durante el primer mes de 2018, por lo que se afirma que se trata del enero más violento del que haya registro en México. En promedio, 82 personas fueron asesinadas todos los días, de estas siete son mujeres, lo que equivale a que cada hora perdieron la vida de forma violenta tres o cuatro personas.

En tanto, los feminicidios crecieron cerca de 35%, solo en enero. Se observa igualmente un aumento en la tasa de homicidios dolosos contra mujeres: en 2015 fueron mil 755; en 2016, 2 mil 210, y el año pasado 2 mil 585. Del número total de casos sólo mil 640 son considerados como feminicidios, los cuales presentan una tasa de aumento de 72% entre 2015 y 2017.

En otro rubro, en 2016, de acuerdo con cifras del mismo gobierno federal 27 mil personas se encontraban en calidad de desaparecidos. Sólo, según el Registro Nacional de Personas Extraviadas o Desaparecidas (RNPED), dependiente de la Secretaría de Gobernación (SEGOB), entre agosto y octubre de 2017, se denunció en promedio la desaparición o el extravío de una persona cada hora con 33 minutos, lo que se traduce en mil 411 personas en tres meses.

En cuanto a la desaparición de menores de edad, la Red por los Derechos de la Infancia en México (REDIM), documentó que entre 2006 y 2014 cerca de 6 mil 725 niñas, niños y adolescentes de 0 a 17 años, desaparecieron en todo el país, para ser enroladas en redes de trata de personas y prostitución forzada, vendidos o dados en adopción de manera ilegal.

Hasta junio de 2017, el Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio contabilizó 3 mil 174 desaparecidas en cinco estados: Estado de México, Jalisco, Colima, Guanajuato y Ciudad de México; 70% de ellas menores entre los 10 y 17 años. El INEGI también arrojó que las niñas de 15 a 17 años presentan altos niveles de violencia, pues 38.6 niñas de cada 100 han sufrido violencia sexual; 43.3, emocional y 28.1 violencia física. Lo anterior aumenta su vulnerabilidad haciéndolas víctimas propicias de las redes de prostitución forzada.

A las cifras anteriores, mismas que dibujan un complejo panorama en el que tendrán lugar las próximas elecciones, habrá que sumar la resistencia de un duopolio partidista, PRI y PAN, que se niega a dejar el poder y permitir que una opción que ofrece soluciones diferentes a los mismos problemas sea probada. En este caso, una elección limpia podría disminuir la enorme tensión que se vive en el país a partir de la desintegración social y política que los problemas mencionados y otros más están provocando.

Volviendo a la historia, Charles C. Cumberland, en su libro Madero y la Revolución Mexicana (1977), afirmó: “El tigre que Madero había desencadenado en 1910 permaneció adormecido durante su administración, y sólo despertó a la plenitud de su poder de destrucción con su muerte” (:297).

A partir de esta cita es oportuno preguntarse: ¿Cuál sería el evento que en 2018 sería capaz de despertar al tigre adormecido, al tigre de la desesperanza, la miseria, la precariedad, la desigualdad, la falta de oportunidades, la violencia y la inseguridad, los secuestros, los asaltos, los robos, la desaparición forzada, la esclavitud sexual y laboral, al tigre de las promesas incumplidas y el desencanto?

¿Sería acaso?

Una enorme corrupción de la que se benefician unos cuantos…

Una economía que genera riqueza para unos cuantos…

Una política que organiza para unos cuantos…

Una justicia que funciona para unos cuantos…

Una cultura de la abundancia disfrutada por unos cuantos…

Una seguridad que sólo opera para unos cuantos…

Un país donde se ha normalizado el fraude electoral…

Para finalizar, se sostiene aquí que el tigre existe, adormecido entre los amplios sectores de la población que sufren día a día los efectos de los problemas mencionados y que, una vez movilizados, no por un líder opositor que ha optado por la democracia y la paz, sino por los resultados de gobiernos ineficientes y ante la certeza de que las elecciones no sirven para resolver ni sus necesidades más urgentes, podrían volverse peligrosos y difíciles de contener y entonces, volviendo a la afirmación de AMLO, una vez suelto el tigre el gobierno tendrá que recurrir a la violencia y la represión para tratar, sólo tratar, de contener una inconformidad que fluye a borbotones.

*Dra. Ivonne Acuña Murillo es académica del Departamento de Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México