Capitalinos soportan estoicamente el calor y aglomeraciones en el Metro
Ciudad de México, 05 de Junio (AMPRYT/CÍRCULO DIGITAL).-Aún no eran ni las ocho de la mañana y los vagones del Sistema de Transporte Colectivo Metro, ya vienen colmados de personas que en su mayoría huelen a agua y jabón, las mujeres dejan sueltos sus cabellos húmedos mientras se delinean los ojos con lápiz bien negro mientras los hombres las miran con asombro; los que pudieron se apostaron en los costados, lo más cerca de las ventanillas, mientras que los demás tienen la esperanza de que los ventiladores funcionen.
Aun cuando el Sol emite sus primeros rayos, cardúmenes de gente ya se apuestan valientemente en los andenes y quienes en invierno iban contentos de un poco de calor humano dentro de los vagones, hoy evitan cualquier roce con otro cuerpo sin lograrlo.
Y es que ya desde muy temprano muchos se sienten “pegajosos” y acalorados, por lo que retiran con sorpresa las manos de los tubos para asirse ante cualquier contacto humano, no quieren tener a nadie cerca más que el del aire que llega del exterior cuando abren las puertas, aunque sea caliente y poco, eso les permitirá llegar decorosamente a la siguiente parada.
Desde las siete y hasta poco después de las nueve hombres, mujeres y algunos niños arrastrados por sus veloces madres buscan con paciencia ingresar a los vagones, no importa si vienen llenos o si son más bien parecidos a un sauna.
Incluso muchos se burlan de que el metro ofrece un servicio tan eficiente que por cinco pesos se tiene un baño de vapor y un masaje, para una buena parte de los chilangos, este sistema de transporte es su única opción y lo saben, por lo que cada día lo recorren estoicamente sin importar las cambiantes condiciones del clima.
En las correspondencias, las puertas de los convoyes expulsan ríos de personas dispuestas a transbordar para continuar con sus recorridos, las personas más experimentadas corren hacia los pasillos para evitar ir detrás de aquellos que se toman más su tiempo para caminar en los transbordos, pero todos por igual caminan despacio frente a alguno de los muchos ventiladores que arrojan agua fresca de la que nadie quiere saber su procedencia.
Los que por estos días parecen tener un poco más de suerte son los que se movilizan por algunas de las líneas terrestres y áreas, donde la pelea silenciosa de algunas de las personas es por las ventanillas pero solo por aquellas que reciben un poco de sombra.
Incluso los asientos que reciben los quemantes rayos del sol de antes de las tres de la tarde permanecen vacíos, mucha gente prefiere estar de pie que exponerse al sol de estos tiempos que parece decidido a advertir que los efectos del cambio climático son una realidad.
Hasta antes de las tres de la tarde es posible tener un poco de espacio vital personal y sostenerse de los tubos con los brazos arriba ante el deseo secreto de recibir tan solo un poco de aire del exterior en las axilas aun cuando la calidad de este sea cuestionable.
A esas horas no importa nada, menos en las líneas cuya construcción está más cercana al centro de la tierra como la línea 7 de la que muchos opinan que es lo más cercano a estar en el infierno.
Y es que en cualquiera de las 12 líneas del Metro, hasta las mujeres jóvenes parecen olvidar su dignidad al sacar abanicos de madera, papel y olanes con encaje para “orearse” tal como muy probablemente lo hacen sus madres y sus abuelas de quienes seguramente se burlan por los calores propios de la menopausia, ahora ellas se ven igual, pero parece importarles muy poco.
Después de las tres de la tarde y hasta antes de las seis el metro es amable con todas las personas, si bien las rutas no son parecidas a un recorrido vacacional es posible transitar por las entrañas de la tierra en el gran gusano naranja sin pelear por un lugar en el mundo, sin comodidades pero decorosamente, no así después de las seis de la tarde.
Los que se saben bien los secretos del metro o de cualquier sistema de transporte público de la capital mexicana tienen como onceavo mandamiento ingresar o bien poco antes de las seis de la tarde o esperar con valentía la suerte divina de poder subir al menos en alguno de los cinco primeros convoyes.
Por esas horas y tras las intensas elevadas temperaturas el aroma es una mezcla de muchas horas de trabajo y los sudores del día acumulados aderezado con notas de aromas corporales bien parecidos a los de las muchas garnachas que venden afuera de cualquiera de las estaciones del Metro.
Por esas horas y hasta las nueve de la noche, el flujo de personas es constante, de las mujeres que en la mañana ponían todo su empeño en verse arregladas quedan solo los reflejos, poco les importa traer el rímel corrido y arrastrar con desgano suéteres ligeros, mientras que los hombres prefieren ignorar los intensos olores que emanan de sus cuerpos, solo esperan con paciencia la hora de salir del fondo de la tierra para así poder respirar un poco de aire fresco.