Opinión
Ricardo Pascoe
El último debate entre candidaturas a la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México transcurrió entre salvos de ataque de un lado a otro. Pero los ataques más notables vinieron de la candidata de Morena, Claudia Sheinbaum, en contra de Alejandra Barrales, candidata del Frente integrado por PAN, PRD y MC. Desde que Sheinbaum abrió la boca al inicio del debate y hasta que la tuvo que cerrar al final, ella mantuvo una estrategia de ataque furibundo, agrio, carente de humor y datos concretos en contra de su oponente más peligroso. Era una decisión táctica extraña. ¿No afirmaba Morena, incluso en el mismo debate, que tenía una ventaja de 30 puntos sobre su más cercano competidor? Entonces, ¿por qué atacar sin cesar a Alejandra Barrales, como si esa ventaja no existiera? En el caso de contar con esa ventaja, la estrategia recomendable habría sido una de buscar consensos con otros candidatos para darle gobernabilidad a la ciudad. Esa ventaja implicaría que estuviera pensando en gobernar. En vez de eso, promovió una estrategia para derrotar a un contrincante que, supuestamente, no le representa peligro alguno.
Aquí aplicó la estrategia clásica de que la mejor defensa es el ataque. Casos de corrupción en el entorno de la candidata de Morena no dejan de aparecer todos los días. Como la campaña de Morena reside en la denuncia de la corrupción, esa narrativa pierde todo sentido cuando se descubre que los mayores corruptos están refugiados precisamente en Morena, al amparo de la amnistía patriótica en la forma de “borrón y cuenta nueva” que les habría ofrecido López Obrador. Sheinbaum llegó al debate esperando ser criticada por haber defendido la corrupción “patriótica” (y, por tanto, legítima) de Layda Sansores (abuso al erario público), Marcelo Ebrard (Línea 12), René Bejarano (Señor de las Ligas), Francisco Chiguil (News Divine), Carlos Imaz (Carlos Ahumada), Mario Delgado (Línea 12), Víctor Hugo Romo (robo de arcas públicas) y a Rigoberto Salgado (ex delegado de Tláhuac y operador del narcotráfico). Todos patriotas del equipo de Sheinbaum con antecedentes criminales y ansiando puestos en el gobierno local si ella gana.
Lo que seguramente no esperaba Sheinbaum fue la revelación de que su coordinador de campaña, el diputado Alfonso Suárez del Real, trae una denuncia penal en su contra por ser integrante de una red de trata de blancas y de prostitución en la Ciudad de México. Esa denuncia sería la cereza del pastel de la montaña de corrupción que acompaña a Sheinbaum, a Morena y a su pretensión de volver a gobernar la ciudad. De toda ésta circunstancia deduzco la agresividad de Sheinbaum en el debate: “ataca antes de que te ataquen”.
Lo que la morenista develó con su conducta es, en realidad, la precariedad de su posición electoral en la ciudad. Es una candidatura fracasada y llena de amargura, a tal grado que ya trasmitió al electorado su disgusto por la gente. Ella está más de 30 puntos abajo del líder en la ciudad y cada día que pasa pierde más votos. Por eso, cuando Alejandra Barrales le advirtió que iba a perder, le resonó como un horizonte odioso, impensable…pero posible. Farreó su ventaja.
Están empatadas en 37% cada una y, por eso mismo, Alejandra Barrales va a ganar, porque vino de atrás y alcanzó a la morenista. Y caballo que alcanza, gana.