China, interesada en materias primas y mercado latinoamericano
CIUDAD DE MÉXICO, 22 de enero, (AGENCIAS/CÍRCULO DIGITAL).— Consumidor voraz de recursos naturales incluso en momentos de desaceleración económica, China percibe a América Latina como una región suministradora de materias primas, mientras aprovecha su músculo financiero para invertir miles de millones de dólares en áreas estratégicas de la región.
Desde 2010 a 2014 las inversiones chinas en América Latina y el Caribe sumaron 106 mil millones de dólares, en torno a una novena parte de lo que el gigante asiático invirtió en todo el mundo en ese período.
Aunque los datos deben ser analizados con cautela, por su eventual inexactitud debido a la opacidad en las estadísticas chinas, no cabe duda que la segunda economía del planeta desempeña hoy un rol fundamental en lo referente a la inversión directa extranjera que llega a Latinoamérica.
En sectores como la minería en Perú, la generación de electricidad en Brasil y el petróleo en la azotada Venezuela las empresas y los bancos estatales chinos se han erigido en socios ineludibles.
Unas inversiones dirigidas por el gobierno chino del Partido Comunista o por sus empresas estatales, cuyos intereses se expanden desde el sector agrícola hasta la fabricación de bienes que -como los automóviles o los celulares de marcas chinas- buscan conquistar a las clases medias latinoamericanas.
El comercio es otro de los aspectos relevantes de la relación bilateral, no solo porque China ya es el mayor socio comercial de gigantes como Brasil y el primer destino de las exportaciones de la región, por delante de Estados Unidos, sino por el potencial futuro de la relación.
Poco importa que la segunda economía del planeta haya registrado en 2016 su menor crecimiento en un cuarto de siglo (6.7 por ciento), ya que la tendencia es al alza.
El ejecutivo del presidente chino Xi Jinping pretende que a 2019 el comercio bilateral alcance 500 mil millones de dólares, un ambicioso objetivo que puede beneficiar a decenas de sectores (mineral en Perú, Chile y Brasil; agrícola y ganadero en Brasil; petrolero en Venezuela y Ecuador), pero que puede dañar seriamente otros (manufacturas e innovación).
Con independencia del signo y la ideología política de los gobernantes latinoamericanos, desde el chavista venezolano Nicolás Maduro al conservador argentino Mauricio Macri, China es percibido hoy como un socio ineludible en todos los niveles.
Para algunos, como la Venezuela del fallecido Hugo Chávez y del actual mandatario Nicolás Maduro, China ha sido un sostén financiero fundamental.
En particular, por los cerca de 60 mil millones de dólares que los bancos estatales del gigante asiático prestaron al país sudamericano hasta que esa línea de crédito quedó congelada en 2016, al parecer por la crisis.
Otros casos menos extremos –como la estatal petrolera brasileña Petrobras, azotada por una voluminosa deuda y escándalos de corrupción, pero receptora sin embargo de miles de millones de dólares de créditos chinos- revelan la voluntad de China de asumir riesgos en la región, a cambio de ocupar parcelas dejadas por otros países o por instituciones internacionales como el Banco Mundial.
Esos riesgos se convierten en ocasiones en situaciones problemáticas, en particular por la incapacidad de algunas empresas chinas de adaptarse a las condiciones laborales y ambientales de los países receptores.
Ejemplos de ello son algunos proyectos mineros chinos en Perú o la primera fábrica de autos chinos en Brasil, de la montadora Chery, azotados por huelgas y manifestaciones de empleados locales que llevan años denunciando condiciones laborales degradantes.