OPINIÓN
*CLAUDIA LUNA PALENCIA
El cónclave anticorrupción citado en Londres ha reunido a varios gobernantes tanto de economías más o menos desarrolladas, aquejadas todas por un espectro en común acaso uno de los más dolorosos de los dilemas morales de nuestro tiempo.
Y no me estoy refiriendo a la pobreza ese también pesado fantasma herencia de las malas praxis del pasado y de la ineficacia para corregir su rumbo en el presente.
Yo hablo de la corrupción cuya definición exacta en el diccionario hace alusión «a la acción de corromper o corromperse» así como «a la circunstancia en que los funcionarios públicos u otras autoridades públicas están corrompidos».
¿Y cuándo es ejercida por los seres humanos normales y corrientes pertenezcan o no al sector público o se muevan en la esfera privada, entonces cómo se le llama?.
No es para mérito curricular no es ningún laudatio es una de las prácticas más deleznables porque implica «robarle» el dinero a muchos para enriquecerse pocos; es quitarle la sonrisa a varias generaciones a cambio de apropiarse indebidamente de algo que no les pertenece; o al menos no debería.
Ahora que en la capital británica ha sido inaugurada la Cumbre Mundial Anticorrupción siguen sonando las trompetas por el escándalo de los Panamá Papers entre cuyos archivos, por cierto, figuran varios de los gobernantes convocados; por cierto comenzando por el anfitrión, el primer ministro David Camerón.
A veces me pregunto si será que el mundo ya se acostumbró a vivir con este cáncer social a hacerlo parte de su cotidianidad como respirar y caminar, porque lo más ridículamente contradictorio es que las mismas personas que lo condenan y señalan, a la par lo ejercen.
Y vamos a poner los puntos sobre de las íes: corruptĭo, corruptiōnis no hay barrera social, profesión ni actividad humana más allá de la esfera en la que se circunscriba que no esté infectada.
Lo que pasa es que tenemos muy asociada en la mente al funcionario público recibiendo el maletín perverso o bien el dinero en contante y sonante atado con una liga que se lleva en uno y otro lado del bolsillo del traje.
Pero, y la persona que pide un pequeño soborno; o quien altera un cheque, se trinca el dinero del vecino e inclusive hace un favor a cambio de algo pecuniario y hasta el hecho de usar su cuerpo para, por medio del placer carnal, escalar social y…profesionalmente. Sí eso también es una forma de corrupción, un dilema moral y en términos eclesiásticos un pecado.
Tanto como lo es alterar la contabilidad, disfrazar las cuentas ante la autoridad fiscal, maquillar resultados para obtener fines electorales, usar espejos opacos para esconder el caudal pecuniario, etcétera.
Precisamente Dilma Rousseff, la prácticamente de facto exmandataria de Brasil, ha padecido un descarnado juicio político por parte de sus congresistas para apartarla del poder señalada de camuflar las cuentas públicas.
A COLACIÓN
Christine Lagarde, directora Gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), muy a propósito del coloquio internacional anticorrupción señaló que cerca del 2% del PIB mundial se lo lleva la corrupción y se lo quita a los datos reales de crecimiento.
Hasta el mismísimo John Kerry, secretario de Estado de Estados Unidos, en una conferencia en la selecta Universidad de Oxford declaró que «2.6 trillones de dólares anuales es el costo económico global derivado del impacto de la corrupción.»
¿Qué resultará al final de este encuentro? Que los líderes firmarán estar de acuerdo en la creación de un órgano de transparencia pero, pero, pero con paraísos fiscales funcionando y con tantos trampantojos provistos por el mismo mecanismo del sistema financiero internacional, dudo mucho que tengamos un éxito real.
Para no corromperse hay que educar, sí hacerlo, desde tempranas edades y que forme parte de los esquemas didácticos de la enseñanza pública y privada. También hay que dar el ejemplo ¿Quién se atreverá a darlo?