Cuidado que explotan
POR LA ESPIRAL
*Claudia Luna Palencia
A inicios de la década de 1990, los teléfonos móviles estaban en las manos de unos cuantos privilegiados, eran los famosos “ladrillos” que muchos mirábamos maravillados en las versiones de Hollywood.
Hace poco volví a ver la película Hook en la que el finado Robin Williams es un exitoso empresario con escaso tiempo para disfrutar de su familia y prácticamente se la vive pegado al nuevo artilugio que irremediablemente le permite estar localizado. Se lo comento amigo lector por si usted quiere mostrarle a sus hijos el origen primigenio –no hace tanto- de los celulares.
Del armatoste con antena que no nos cabía en la mano, ahora de cara al 2020 tenemos teléfonos tan ultraligeros que se deslizan como mantequilla directo al piso aunque traviesos también se extravían en el fondo del bolsillo.
Y ya eso de las llamadas va quedando poco a poco atrás, la pasión de la voz desgraciadamente está siendo sustituida por la frialdad de un mensaje de texto; un Whatsapp a deshoras y destiempo con palabras que muchas veces son hasta malinterpretadas.
Ya no usamos el teléfono (invento prodigioso del siglo XIX gracias al italiano Antonio Meucci) para comunicarnos verbal y oralmente, lo hacemos para ver contenidos, descargarlos, acceder al mail, oír música, conectarse a las redes sociales y enviar mensajes cortos con nuevas palabras propias del argot popular de la generación digital.
Antes se hablaba para, en pos de la comunicación, fomentar la interrelación humana así como el intercambio de ideas; ahora te puedes estar muriendo de tristeza y a lo sumo recibirás un caluroso emoticono porque a la gente le ha dejado de importar comunicarse simplemente vive demasiado de prisa y basta con hacerse sentir presente con una carita ridícula o dando un like.
No se habla y no es por falta de aparatos. De acuerdo con el informe “Mobile en España y en el Mundo” elaborado por Ditrendia, en 2015 había 7 mil 900 millones de móviles en el mundo.
Aquí cabe puntualizar que sería un error inferir que hay tantos móviles como población mundial (7 mil 432 millones de seres humanos) porque no es así; la brecha digital es una realidad tan abrumadora como lo es la pobreza y hoy en día la discriminación sucede por doble partida dado que hay muchos miles de millones de seres humanos excluidos de la era digital.
Según los datos proporcionados por Ditrendia en España son utilizados 50.8 millones de móviles (tiene una demografía de 46.5 millones de habitantes) y en México, el INEGI apunta que se usan 77.7 millones de móviles (la población es de 120 millones de personas).
Dentro del espectro cada vez crece la tendencia a comprar smartphones, de hecho, tan sólo en Europa 78 de cada 100 usan uno; en España hay más teléfonos inteligentes que ordenadores mientras en México, dos de cada tres, tienen un smartphone.
A COLACIÓN
No son nada baratos, me refiero a los aparatos inteligentes, para muchos son hasta un símbolo de estatus mientras que un grueso de la población vive abonada a los pagos en cómodas mensualidades para tenerlos.
Pero también hay fiascos y los consumidores no se ven precisamente protegidos por las leyes comerciales o inclusive sanitarias porque si el aparato explota y provoca daños considerables, a la empresa fabricante debería lloverle demandas masivas de los usuarios.
El Samsung Galaxy Note 7 (hay quienes se niegan a devolverlo) nos revela lo frágiles que somos en tiempos en que violentar la seguridad global está a la orden del día y el terrorismo es una amenaza en ciernes.
A mí me queda un poco la duda de si en verdad esto es un fallo circunstancial o alguien pretendía corroborar algo: que hasta un simple teléfono es un arma peligrosamente potencial. Samsung debería dar más que unas disculpas, una explicaciones convincentes y una indemnización en toda la regla a los afectados.
La tecnología, esta vorágine en la que nos encontramos sumidos, tiene un doble filo la población en general la vemos como una forma de ahorrarnos tiempo y de facilitarnos la comunicación; pero en su lado oscuro es un instrumento de control masivo, de espionaje, de condicionamiento, de manipulación… y de cooptación.
Por supuesto, de absoluta pérdida de la intimidad y desde luego, puesta al servicio del armamento militar es una letal bomba. Imagine que en una conflagración se pueda activar un mecanismo explosivo teledirigido en el teléfono celular del portador. Ya ni siquiera se necesitarán balas para matarnos.