Por la Espiral
*Claudia Luna Palencia
Se corre el riesgo de fomentar el hiperconsumismo, hacer que la gente ya no necesite abrir su cartera para sacar el dinero en efectivo basta con que facture con su tarjeta de crédito. Es una oda al consumismo, un canto de sirenas, y con la facilidad de comprar desde la comodidad del hogar… con un simple click.
La mercadotecnia y la publicidad nos han venido educando para ser un determinado modelo de consumidores, y déjeme decirle amigo lector, que la opinión pública se equivoca más de una vez si cree que logra controlarse para no sucumbir a las tentaciones de las maniquíes y los escaparates.
Lo malo es comprar por comprar. Lo negativo es caer en una acumulación ociosa de bienes, artículos y enseres que en primera instancia, no se necesitan y en segunda, contribuyen a destruir el potencial ahorro de las personas.
En términos del hiperconsumismo, la facilidad provista por el Internet para acercarse –sin salir de casa, sin mover un músculo- hasta la ventana de nuestras tiendas favoritas nos subsume a una grave dependencia so pena del riesgo intrínseco porque nadie está a salvo de un fraude en el universo digital.
Para mí sería un error recomendar con cartelitos mojigatos que “no se consuma”, todo lo contrario: gracias a nuestra compra ese dinero se convierte en fuente de ingresos para los empresarios, fabricantes y prestadores de servicios y éstos a su vez pueden pagar sus costos de producción, cubrir las nóminas de sus empleados, honrar los impuestos correspondientes ante la Hacienda Pública y por su puesto obtener sus propias ganancias; beneficios que también sirven para reinvertirse o bien para abrir cuentas de ahorro o de inversión. Lo micro sumado forma el entramado macroeconómico y dinamiza la demanda interna, uno de los soportes fundamentales del crecimiento de un país.
Ahora bien tampoco se trata de comprar por comprar mucho menos cuando sucede por encima de las capacidades de las personas, sobresaturando su límite y comprometiendo con ello no nada más su liquidez presente sino también su solvencia futura.
Algún estímulo cerebral debe proporcionar el irse de tiendas o el sentarse a bobear en las webs de moda y sentir que todas esas prendas, zapatos, perfumes, collares, corbatas, blusas, sweaters, muebles, etc; se tienen tan pero tan a la mano.
Quizá se estimule el hipotálamo en la región del placer allá donde orbitan la oxitocina, la dopamina y la seratonina. Hay quien siente tan enorme sensación de placer en adquirir cosas que llegan a experimentar efectos similares a los de un orgasmo.
Me parece que un estudio sobradamente interesante sería el de correlacionar a las personas solteras, viudas o divorciadas (que pasen por algún período de soledad) con su comportamiento como consumidores y acumuladores. Existen personas que intentan paliar su vacío emocional comprando zapatos, por ejemplo, atiborrar armarios enteros, ¡qué digo! ¡Habitaciones completas para tanto atrezo!
O bien efectuar el mismo estudio con parejas que siguen juntas pero que son un total fracaso y en las que reina el aburrimiento y la pesada losa de la costumbre. ¿Cuántos bolsos, zapatos, maquillaje y prendas de vestir serán necesarias para olvidarse un rato del desasosiego de la cama fría o del fracaso profesional?
A COLACIÓN
Hiperconsumo: dime cuánto compras y te diré quién eres. Hace algunos años atrás cuando vivía en Málaga participé en una plataforma llamada EDUFINET liderada por el Unicaja y la Universidad de Málaga; en ése entonces realicé un proyecto de educación financiera para el presupuesto familiar.
Había que identificar los orificios del gasto, presentar un reajuste razonable y demostrar cómo modificando pequeños hábitos se lograba al final del año un ahorro nada menospreciable (ningún dinero lo es menos cuando se gana con el sudor de la frente y cada vez con mayores dificultades).
Recuerdo, por ejemplo, el caso de un fumador empedernido –de una cajetilla diaria- un consumo hormiga multiplicado por los días del mes y después por los meses del año; al final se demostraba que el dinero anual gastado en cigarrillos no era tan pingüe y menos si luego se multiplicaba por 5 años.
Yo sé que si fuésemos seres ciento por ciento racionales como consumidores, entonces no existirían ni la mercadotecnia ni la publicidad; tampoco habría sitio para los Black Friday, ni para el Buen Fin o el Cyber Monday.
Lo más crucial no es dejar de consumir –ya argumenté más arriba su interesante dinámica- sino más bien aprender a ser consumidores racionales más cerebrales que emotivos y prácticos para elegir así como sagaces para optar por la mejor relación precio-calidad.
Debemos aprender a disfrutar lo que adquirimos como si fuera un premio y no convertirnos en esclavos de las tiendas comerciales y después de los bancos que nos exigirán el consabido pago por el crédito. Cuidado con la red card.