25 de December de 2024
Demonios de La Mano de Dios
Opinión Principal

Demonios de La Mano de Dios

Sep 16, 2018

Balón Cuadrado

Jesús Yáñez Orozco

 

A los 57 años de edad, en el dintel de la ancianidad,  mantiene el mundo a sus pies. Amado y odiado. Como hacía con el esférico como jugador profesional. Ahora en su faceta de director técnico. Mas, Maradona, no ha podido mantener a raya sus demonios gracias a la vorágine del negocio bajo los zares del balompié mundial.

Es usado y se deja usar. Víctima y villano.

La falta de límites propios, excesos confesados e inconfesados, son su propia cárcel. Dios con el balón adosado a sus botines, acabó convirtiéndose en demonio de sí mismo. Irredento adicto a la cocaína desde que jugó en Italia, con Napoli, a principios de los años 90s. Satánico polvo de ángel.

Es, eso sí, la antítesis de Pelé, uno de los filósofos del dólar, promotor –voluntario e involuntario– de la ideología yanqui. Pelusa, paradójicamente, en su pasó por el futbol mexicano, que se antoja fugaz, tendrá un patrón, Jorge Hank Rhon, dueño de Dorados y Xolos, de la Liga MX, vinculado a cárteles de la droga.

Diego, enemigo declarado de la FIFA cuando la presidía Joao Havelange. No se cansó de llamarlo “corrupto”. Fue mutuo el odio.

Ni Juan Pablo II se salvó.

“Entré al Vaticano y vi el techo de oro. Y me dije cómo puede ser tan hijo de puta de vivir con un techo de oro y después ir a los países pobres y besar a los chicos con la panza así. Dejé de creer, porque lo estaba viendo yo”, escupió.

Simpatizante de izquierda, cada vez con menos fieles, amigo de los fallecidos jefes de Estado, Fidel Castro, Hugo Chávez,  así como de  Evo Morales. Tiene un tatuaje del líder cubano en su prodigiosa pierna zurda y en un brazo derecho al Che Guevara.

Su piel como lienzo de esperanza vana.

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Sin embargo, pocos días después  de su llegada a Sinaloa, pidió una zona exclusiva donde vivir, con alberca, y estacionamiento para 20 autos, según versiones de prensa, mientras dirija al equipo mexicano.

Simpatiza con la izquierda, pero cobra con la derecha. Vive como lo que es: rey. Que se da baños de pueblo.

Diego es futbolísticamente incorrecto para bien y para mal. Su llegada al balompié mexicano es poco halagüeña. Debutará el próximo lunes con los Dorados de Sinaloa, de la segunda división, llamada pomposamente Liga de Ascenso.

El cineasta serbio,  Emir Kusturica, en un documental de 2008, sobre el ex jugador argentino, opinó que si hubiera nacido en México, en la época de la revolución mexicana que comenzó en 1910, por su indomable rebeldía, El Diez, sería una especie de Pancho Villa.

Diego ya aclaró que no viene a «resolver» el balompié nacional. Porque sabe que no tiene remedio por culpa de los dueños de la pelota. Los dueños de la pelota lo impedirán. No es iluso. En este momento miran, indiferentes,  por encima del hombro a Maradona, como quien observa un mono de circo.

Entristece mirar su diminuta figura rolliza. Cada kilogramo es lápida, infierno. Exuda angustia por cada poro. Basta mirar sus ojos: Mira sin ver. Es claro que Diego está enfermo de sí mismo. Sus glorias deportivas se han metamorfoseado en avernos donde el fuego no logra exorcizar su pasado barrial, allá en Villa Fiorito. Porque, como dice aquél libro emblemático, Infancia es Destino.

AL FRENTE. Un joven Maradona se entrena en Nápoles. (Foto: AP).

(Entrenamiento con el Napoli italiano, cuando entró el infierno del polvo de ángel -cocaína–)

 

Si intentáramos penetrar en el pensamiento del campeón del mundo en México 1986, entenderíamos por qué es como es. Veríamos que, sin percatarse vive una depresión crónica. Desciende en un permanente tobogán. Vacío sin escalas. Todo es para abajo.

Nada en la nada llena de oropel.

Rompía el corazón  su imagen desencajada en los palcos, con el dedo medio enhiesto,  La Mano de Dios,  durante el mundial de Rusia.

“Vivo la vida como la quiero vivir”, dice en el documental de Kusturica.

Más bien: vive la muerte como él desea. Todos acudimos, impasibles, a su sepelio simbólico.

El epitafio de su  lápida diría:

“Aquí yace la mano de Dios, devorado por sus demonios, dueños del balón y sus fieles”.

Su calvario comenzó con el club Napoli italiano. Arrojó positivo con cocaína en un partido contra el Bari. Fue suspendido 15 meses por la federación local de futbol. Marzo de 1991. Era su muerte deportiva. Simbólicamente recibió la amputación de una pierna. Se rehízo. Entrenaba por su cuenta.

Como Ave Fénix del balón regresó con su excelsa zurda. Fichó con el Sevilla de España, luego pasó a Newell’s Old Boys.  Jugó el mundial de 1994 con la albiceleste. Tras un control antidopaje, durante le justa celebrada en Estados Unidos, reincidió con cocaína.

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La FIFA  impuso otra sanción similar, letal: 15 meses. Diego estaba devastado. Consciente que era su fin.

“Me cortan las piernas”, dijo como plegaria satánica. Acabó retirándose. Se refugió en las drogas, el alcohol y en el balón, como director técnico. Nada ha logrado. Es como una viviente alma en pena.

Él es su propio trofeo.

Hubo un técnico mexicano, José Luis Sánchez Solá que habló con una frialdad quemante, el corazón en la mano, como pocos colegas han hecho de Diego. Osó desenmascarar, públicamente,  la parafernalia en torno a Diego.

«Es un ser humano. No es una máquina. No es una luminaria. No es una marquesina. Es un ser humano del cual se están aprovechando”, lanzó el Chelis, director técnico del club La Vegas Lights, Estados Unidos, patrocinado por un dispensario de mariguana.

De buen humor, durante su presentación oficial, Maradona dejó claro que viene a dar lo mejor de sí al futbol mexicano con el El Gran Pez, como se conoce al equipo que dirige.

Reconoció con la voz cascada por los excesos y el peso de la edad:

“Tuve un montón de traspiés en mi vida. Tengo 57 años y asumo esta responsabilidad como quien tiene un hijo en sus brazos (…) yo dejé la enfermedad hace 15 años. El dopaje ya me estaba consumiendo, yo quiero decirle a este hombre que cuando yo tomaba era un paso para atrás. Y lo que tiene que hacer un jugador de futbol es ir para adelante».

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(Maradona vestido de mujer)

 

Agregó, Chelís, lapidario:

«Por supuesto que no va a hacer nada. Y no porque no sepa, sino porque no puede. Es un ser humano que está enfermo.”

Con un barniz de pesar en sus palabras, filosofó El Diez:

“No me escondo. No mato ni miento, y lo juro por los dos que tengo arriba, mamá y papá; pero si jugamos yo estoy dispuesto. Porque sé que es su trabajo. Pero también entiendan que a nosotros nos toca llevarnos un elefante al hombro que no es poco.

Pero, Chelís no dejó títere con cabeza:

“Y no se da cuenta quién lo contrata, ni sus allegados, que es un ser humano. Más allá de lo que haya hecho como futbolista. Está enfermo. Y más que contratarlo, necesitarían los grandes clubes del mundo ayudarlo a salir de su enfermedad. Es obvio que está enfermo».

En un sinsentido, agregó Diego Armando:

“Ahora vamos a decir a todos los muchachos que yo hice cosas que no hay que hacer. Cada pelota es nuestra y se traba con la cabeza».

“Obviamente”, siguió Sánchez Solá, Maradona, “al estar mal no les va a funcionar.  Lo van a acabar despidiendo, porque está enfermo. Va a reincidir en las cosas que acostumbra este señor. Tú no puedes agarrar a un ser humano para beneficiarte.

Remató:

“¡Eso es prostitución!».

Concluyó Diego, en su presentación, con palabras bañadas de demagogia futbolera:

“Gracias a Dorados por pensar en mí. Yo vine a trabajar. Vine a dejarles mi corazón. No venimos de paseo. No venimos de vacaciones. Venimos a trabajar, a darle una mano a los muchachos, pero nosotros necesitamos que la gente esté con nosotros. Si están con nosotros, más lo que yo le pueda inyectar a los jugadores, será bravo ganarnos”.

Antonio Mohamed, destacado  jugador argentino, hace algunos ayeres, convertido en exitoso director técnico de la Liga MX,  amigo de Maradona, le dio consejos para llegar al futbol mexicano, algo que para Chelís  fue reprobable.

Sacó la guadaña. Lanzó:

«Mohamed, si lo quisiera ayudar y fuera su amigo, lo manda a un hospital antes de darle un equipo en Culiacán. Eso no es ser amigo. Pero bueno, cada quien que entienda la palabra amistad como quiera».

Demonios sin exorcizar de La Mano de Dios.