FRAGMENTO
“—¿Quién vive aquí ahora?
—Nadie. Lleva desocupada casi un año.
Dirijo la mirada hacia la siguiente habitación, si ‘habitación’ es la palabra adecuada para describir este espacio corrido que carece de entrada propiamente dicha, menos aún de puerta. Sobre una mesa de piedra larga hay un cuenco con tulipanes de un rojo sangre tan intenso que contrasta fuertemente con toda esta piedra clara.
—Entonces ¿de dónde salieron estas flores? —me acerco y toco la mesa. Ni una marca de polvo—. Y ¿quién mantiene esto tan impoluto?
—Viene alguien de una empresa especializada a limpiar todas las semanas. Ésa es otra condición; tiene que conservar sus servicios. También se ocupan del jardín.
[…]
—Bueno, supongo que es razonable —respondo—. ¿Es todo?
Camilla me brinda una sonrisa titubeante.
—Al decir ‘una’ de las condiciones, me refiero a una de las más claras. ¿Sabe lo que es una cláusula restrictiva? —me pregunta, y niego con la cabeza—. Es una condición legal que se le impone a una propiedad a perpetuidad, algo que no puede eliminarse aunque se venda. Por lo general, tienen que ver con los derechos de desarrollo; es decir, si el edificio puede usarse como sede comercial y ese tipo de cosas. En el caso de esta casa, las condiciones son parte del contrato de alquiler pero, dado que además son cláusulas restrictivas, no hay posibilidad de negociarlas o modificarlas. Es un contrato muy, muy estricto.
—¿De qué estamos hablando?
—Básicamente se trata de una lista de cosas que están permitidas y cosas que no lo están… Bueno, sobre todo de las que no. No puede modificarse nada, salvo mediante acuerdo previo. No se permiten alfombras ni tapetes. No se permiten cuadros. No se permiten macetas. No se permiten adornos. No se permiten libros…
—¡No se permiten libros! ¡Es ridículo!
—No se permite plantar nada en el jardín; no se permiten cortinas…
—¿Cómo impides que entre la luz si no tienes cortinas?
—Las ventanas son fotosensibles. Se oscurecen a medida que avanza el día.
—Así que no se permiten cortinas… ¿Alguna otra cosa?
—Oh, sí —dice Camilla, haciendo caso omiso de mi tono sarcástico—. Hay unas doscientas condiciones en total. Pero la última es la que más problemas causa.”
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