Entre acuerdos y desacuerdos
Línea Fifí
Martín de J. Takagui
Con acuerdos o sin ellos, finalmente se definieron las presidencias de las mesas directivas del Congreso de la Unión, en donde se desechó la posibilidad de que el “porro legislativo” Gerardo Fernández Noroña del Partido del Trabajo, pudiera estar al frente de uno de los Poderes de la Unión al mismo nivel que el presidente de la República y del presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Como siempre, atropellando cualquier posibilidad de acuerdo o la legalidad, Fernández Noroña lanzó su intentona para adueñarse de la mesa directiva de San Lázaro, pero pudo más la prudencia, la política y la razón.
Al final, la tarde de este martes, la priista yucateca, Dulce María Sauri Riancho rindió protesta, ante el pleno de la cámara, como presidenta de la mesa directiva, para sustituir a la panista, Laura Angélica Rojas Hernández, quien ocupó la posición más alta del Congreso de la Unión, durante el segundo año legislativo.
Desde que se instaló la LXIV Legislatura federal, el acuerdo de los coordinadores parlamentarios acodaron que Morena, con el diputado Porfirio Muñoz Ledo ocuparía la presidencia durante el primer año; el PAN con la diputada Laura Rojas durante el segundo año del ejercicio legislativo y el PRI, lo haría durante el tercer año, en su calidad de tercera fuerza legislativa en San Lázaro.
Como en todas las legislaturas, en el transcurso de los dos primeros años hubo movimientos, deserciones, cambios de diputados y de grupos parlamentarios, pero atendiendo los malos consejos de Fernández Noroña, el coordinador parlamentario del Partido del Trabajo, Reginaldo Sandoval, realizó una serie de acciones, triquiñuelas con las que buscaba acreditar más diputados que los del PRI, para quedarse con la mesa directiva. Fernández Noroña no lo logró.
Por lo que hace a la Cámara de Senadores, la elección del presidente de la mesa directiva, ahí si ya no se sabe si fue para bien o para mal de la cuarta transformación, pues se trata de un personaje que no ha sido muy cómodo para el presidente Andrés López Obrador.
Se trata del senador chiapaneco, Eduardo Ramírez Aguilar, quien llegó a su escaño por Morena, pero que en realidad tiene el corazón verde, pues es un testaferro del ex gobernador y ex senador, del Partido Verde Ecologista de México, Manuel Velasco.
Antes de que el Partido Verde y se arrastrara con Morena, en un evento público en Chiapas, el ahora presidente del Senado de la República, encabezaba un mitin con militantes del PVEM, a quienes dijo que él iba a desenmascarar “a Andrés Manuel, López Obrador, que es un mentiroso”.
Pues el senador, ahora morenista, es también, nada más y nada menos que un compañero y amigo de David León, quien hasta hace unos meses era Coordinador Nacional de Protección Civil de la Secretaría de Gobernación y quien ordenó grabar el momento en que entregó dinero en efectivo al hermano del presidente, a Pío López Obrador, como parte de aportaciones de militantes de Morena.
Una verdadera fichita el presidente del Senado de la República, quien sustituye a la también morenista tabasqueña Mónica Fernández Balboa, que sustituyó en la presidencia del Senado al ahora apestado Martí Batres, que perdió la confianza del presidente López Obrador y de otros mandos de Morena.
Es evidente que si en estos momentos en que existe una mayoría morenista muy clara que podría controlar los acuerdos y los trabajos legislativos no ha sido fácil la toma de decisiones, cuando apenas se cumple el segundo año del sexenio de López Obrador, las próximas legislaturas podrían ser ingobernables.
En Morena, hace falta orden, un líder, un dirigente nacional que cuente con las tablas políticas y autoridad moral que permita poner orden, pues si en el ambiente del Partido de la Revolución Democrática, las tribus llevaron a ese partido a la debacle, ahora esas mismas tribus en Morena, podrían poner en riesgo la conservación del poder en las siguientes elecciones intermedias y presidenciales.
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