Análisis a Fondo
Francisco Gómez Maza
· No se requiere de las mismas ideas, sino del mismo respeto
· La soberbia no es grandeza sino hinchazón: Agustín de Hipona
Tres muy sabias y oportunas citas (axiomas o verdades evidentes que no necesitan comprobación) me han puesto a reflexionar este día domingo 7 de junio, Día de la Libertad de Prensa, dedicado por el presidente Miguel Alemán en 1951 y que también fue adoptado por los empresarios de la prensa en general.
Las dos primeras citas se las leí a mi querido colega y amigo, Yuri Servolov Palos, periodista y filósofo, que antepone a sus propios intereses los de la comunidad y que, piense lo que pensare, jamás tratará de imponerse a los demás, respetando el pensamiento de sus alteridades, el modus cogitandi:
“Tratar de entender y respetar a los demás es parte de la compasión. Aceptar las diferencias como algo que nos enriquece y nos da distintas perspectivas e, incluso, es útil para la sobrevivencia”, es la primera del colega entre ruso, español y mexicano, gran ejemplo de la unión de las diferencias de nacionalidad.
“Querer que los demás piensen como uno, o sientan como uno, o vean la realidad como uno, o crean lo mismo que uno (que tengan mis mismas ideas o mi misma religión o ideología) es parte de la soberbia”, agrega Yuri, al exponer el pensamiento de Karma Wangchuk Sengue.
Y va más allá, más al fondo, citando a Agustín de Hipona, el gran filósofo, teólogo y maestro del cristianismo de los primeros siglos: “La soberbia no es grandeza sino hinchazón; y lo que está hinchado parece grande, pero no está sano».
Grandes líneas de acción para los seres humanos, particularmente importante en los momentos que estamos viviendo, y especialmente en México, en donde se ha desbordado el odio y se confunde el cuidado de la salud con la politiquería, entre bandos aparentemente irreconciliables, movidos por intereses meramente egoístas, muy mezquinos.
La tercera cita es del brasileño Lula, quien lamenta el egoísmo con las siguientes palabras: “Nunca pensé que poner un plato de comida en la mesa de un pobre generaría tanto odio en una élite que se harta en tirar comida a la basura, todos los días. Dura lamentación. Duro cuestionamiento para los seres humanos que no ven, y menos miran, más allá de la punta de su nariz y que, si lo logran, sólo ven en el otro a un ser despreciable, a un enemigo de su egoísmo, de su egolatría.
Para llevarse bien no se necesitan las mismas ideas. Se necesita del mismo respeto, reza otra en un muro de alguna casa, de alguna ciudad de este mundo y cuya imagen fue adoptada como avatar de su “muro” de feisbuc por la Comunidad del Club de Periodistas de San Cristóbal.
Pero las citas, que parecen más bien el análisis dramático del comportamiento humano, son hechas a un lado y despreciadas por quienes se odian, porque o defienden intereses mezquinos socavados por los vientos de cambio, o porque quienes propugnan los cambios se enceguecen por la soberbia. Y ya nos dice San Agustín que la soberbia es una gran hinchazón…
Duele la interpelación de Lula. Demuestra el brasileño la miseria humana de muchos miembros de las clases dominantes. Me tocó ver en algún pueblo rural de los Estados Unidos – el corazón del capitalismo salvaje- cómo, todos los días, a la hora de cada comida, los servidores, meseros, desechaban, en los botes de basura, la comida sobrante, no tocada, las botellas sin abrir de aceites finos, de salsas, las carnes finas, alimentos de todo tipo. Y esto ocurría en un hotel de “campesinos” (farmers). ¡Imagine un hotel de lujo!
Y, en medio de esta pandemia de odio, la confrontación se convierte en pleito. Inclusive, si pudieran se matarían, como ha ocurrido siempre en las grandes ocasiones históricas, cuando una parte de la humanidad planteó cambios fundamentales en las injustas relaciones entre las clases dominantes y los trabajadores pobres.
Pero el odio corroe, como el miedo, las fibras más íntimas del corazón humano, y llega un momento en que enceguece y ya nadie ve al otro como un contrario con quien hay que discutir para hacer luz, para encontrar la verdad, sino como a un enemigo a quien hay que matar.