CIUDAD DE MÉXICO, 30 de diciembre, (DOBLE TINTA / CÍRCULO DIGITAL).- Arqueólogos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), registraron durante 2016 importantes hallazgos que refrendan la riqueza patrimonial y cultural del país.
Tal es el caso del Centro Histórico de la Ciudad de México, justo en el predio de la calle Guatemala en donde en 2010 se localizó el Templo de Ehécatl-Quetzalcóatl.
Esta vez, especialistas del Programa de Arqueología Urbana (PAU) del Museo del Templo Mayor, detectaron restos del costado norte de lo que fue la principal cancha de Juego de Pelota de la antigua Tenochtitlán, detalló el INAH, mediante un comunicado.
Dicha sección mide nueve metros de ancho, se encuentra a 6.45 metros al sur del Templo de Ehécatl y presenta tres etapas constructivas correspondientes a las fases V, VI, VII del Templo Mayor, que datan del periodo comprendido entre 1841 y 1521 d.C.
Bajo uno de los pisos de la escalinata norte, se encontró una ofrenda conformada por cervicales humanas que conservaban su posición anatómica y que correspondían a una treintena de individuos, cuyas edades oscilaban desde los infantiles (0-6 años) hasta los juveniles.
Por otro lado, el PAU, logró poner a la vista del público, restos de un Gran Basamento mexica, ubicado en lo que era el límite norte del recinto ceremonial tenochca, mediante la apertura de dos ventanas arqueológicas sobre la calle República de Argentina.
Dicha edificación mide 40 metros de norte a sur y presenta evidencias de por lo menos cincos etapas constructivas que comprenden el periodo entre 1440 y 1521 d.C.
En Tlatelolco se tuvo otro importante descubrimiento, se trata del segundo Templo dedicado a la deidad mexica del viento, Ehécatl-Quetzalcóatl.
Integrantes el Proyecto Tlatelolco determinaron que dicha edificación tiene más de 650 años de antigüedad, mide 11 metros de diámetro por 1.20 de altura y se encuentra a tres metros de profundidad bajo el nivel de la calle.
Debido a la importancia de los vestigios, estos serán integrados a una ventana arqueológica en la acera de la avenida Flores Magón, en la colonia Guerrero de la Ciudad de México.
Igualmente, en el corazón de la capital de México se reportó un hallazgo que los especialistas consideraron como único, frente a las puertas de la Catedral Metropolitana.
Se trata de la lápida funeraria de Don Miguel de Palomares, quien fue uno de los integrantes del primer cabildo catedralicio y testigo de la transformación de la otra Tenochtitlan a la capital de la Nueva España, en la primera mitad del siglo XVI.
Tallado sobre la lápida de 1.87 metros de largo, 90 centímetros de ancho y un espesor máximo de 30 centímetros, se observaron caracteres en castellano antiguo que refieren que ahí yace Don Miguel de Palomares, seguida de una leyenda en letras griegas.
Al norte de la capital, en un terreno próximo al Acueducto de Guadalupe, arqueólogos y antropólogos físicos de la Dirección de Salvamento Arqueológico del INAH excavaron una zona de enterramiento de la aldea preclásica de Zacatenco, la cual fue habitada entre 800 y 500 a.C.
Los restos óseos ahí descubiertos corresponden a poco más de 200 individuos entre neonatos, niños, hombres y mujeres de distintas edades, asociados a estos entierros, se localizaron alrededor de 250 ofrendas.
Las piezas que fueron encontradas en las ofrendas, están conformadas principalmente por cerámica, conchas y huesos de animales trabajados, obsidiana gris asó como distintas piedras de color verde.
Sobre algunas osamentas como fue el caso de una mujer embarazada, también se observó un polvo rojo que podrían ser minerales como hemetita o cinabrio.
La osamenta de un mamut fue descubierta durante los trabajos de introducción de drenaje en la localidad de San Antonio Xahuento en Tultepec, Estado de México. a una profundidad de dos metros y medio por debajo de la superficie de la calle La Saucera.
Se encontraron piezas como costillas, húmeros, fíbulas, un fémur, escápulas, cúbitos, radios, así como una decena de vértebras que refieren que hace más de 12 mil años, posiblemente dicho animal quedó atascado en el fango y habría sido destazado por el hombre y otros depredadores.
Por otra parte, arqueólogos del INAH exploraron por primera ocasión las entrañas de la Plaza de la Luna, en Teotihuacán, encontrándose un paisaje lunar repleto de cráteres: fosas en cuyo interior se hallan estelas lisas de piedra verde.
Dichos conductos marcan al centro de este espacio los rumbos del universo y una serie de agujeros que contenían cantos de río, un código simbólico que los antiguos teotihuacanos elaboraron en las primeras fases de la urbe, alrededor de hace mil 900 años.
Estas excavaciones se enfocaron frente al Edificio Adosado de la Pirámide de la Luna, en el subsuelo de la denominada Estructura A, un patio cerrado con 10 altares, se ubicaron cinco estelas completas dentro de fosas, sus alturas y pesos varían de 1.25 a 1.50 metros y de los 500 a los 800 kilos.
Otro hallazgo en este sitio arqueológico mexiquense fue la ubicación, a escasos 10 centímetros de profundidad, de dos canales asociados al altar central de la Plaza de la Luna, estos conductos tenían igualmente una función simbólica y no como desagüe.
Un equipo de la zona arqueológica exploró el entierro de una mujer de elite a la que dieron por llamar «La mujer de Tlailotlacan», quien murió aproximadamente mil 600 años en el Barrio Oaxaqueño o «Tlailotlacan», que significa el de la «gente de tierras lejanas».
Dicho personaje se trata de una de las representaciones con mayor cantidad de modificaciones corporales, entre los que están registrados actualmente en lo que es la antigua metrópoli.
La pieza muestra una modificación del tipo tabular recta y algunas de las prótesis dentarias, es decir, un par de incrustaciones redondas de pirita en los incisivos centrales, así mismo, los incisivos inferiores fueron reemplazados por una pieza elaborada en piedra verde.
Las sorpresas para los especialistas durante este año fueron casi de forma consecutiva, al sureste mexicano. En Palenque Chiapas, se registró un sistema de canales en el subsuelo del Templo de las Inscripciones.
Por su cercanía a la cámara funeraria de Pakal «El Grande» a 1.70 metros por debajo del umbral de su pared norte, este complejo hidráulico, posiblemente reproducía simbólicamente el sinuoso camino que condujera al gobernante maya a las aguas del inframundo.
La compleja red de canales, dispuesta a diversos niveles y orientaciones, debió ser diseñada mucho antes de que se proyectara la pirámide misma, durante las primeras décadas del siglo VII de nuestra era.
El conducto es casi cuadrado, con piso de roca caliza tallada y con una longitud aproximada de 17 metros, inclusive al momento del hallazgo, se observó que el agua aún sigue su curso.
Por su parte, investigadores del INAH y la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) dieron a conocer la presencia de una segunda subestructura en El Castillo, edificación más representativa de Chichén Itzá, en Yucatán.
Los exámenes geofísicos aplicados a la también llamada Pirámide de Kukulcán, revelaron la existencia de dicha estructura construida entre los años 550 y800 d.C., la etapa más temprana y menos conocida de este asentamiento maya.
El análisis de los cambios en las propiedades físicas subterráneas, así como un examen en 2D desde una escalinata interna localizada arqueológicamente en 1931, permitió trazar las dimensiones de una segunda subestructura en el costado sureste de la pirámide.
En Quintana Roo, el proyecto «Gran Acuífero Maya» emprendió tareas de prospección arqueológica, en un transecto de 50 kilómetros radiales entre las localidades de Muyil, Tulum y Cumpón.
En distintas cuevas inundadas llevaron a cabo el registro del cráneo de un hombre precerámico, restos de megafauna así como de un altar maya prehispánico.
El resto humano, que podría rebasar los 10 mil años de antigüedad, se localizó cubierto por una capa de mineral endurecido.
En otra cavidad se observó la sección de una mandíbula de un ejemplar de megafauna, perteneciente a la última Edad de Hielo de alrededor de 10 mil años.
En conjunto con expertos del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados, del Instituto Politécnico Nacional (IPN), investigadores del INAH, entre ellos el emérito Ángel García Cook, lograron extraer hasta 40 por ciento del ADN de tres ejemplares de maíz de más de cinco mil años de antigüedad que fueron encontrados en el Valle de Tehuacán, Puebla.
Lo anterior confirma que el maíz es un producto nativo de México, en la cuenca del río Balsas, en el centro-sur, lo cual coloca al país como el de mayor número de razas autóctonas del mundo.
Lo anterior con 59 razas originarias que, a diferencia de otras especies de cultivo como el arroz o el trigo, mantienen una notable cercanía genética respecto a sus antepasados.