Por la Espiral
Claudia Luna Palencia
La primera ministra británica Theresa May está sostenida con endebles alfileres al poder, erosionada su imagen, recién anunció que “ella personalmente llevará la gestión directa del Brexit”.
Hace unos días, desde Chequers, la residencia campestre de la premier, se han dado diversas citas importantes para lanzar la idea del Brexit suave, para evitar un encontronazo final con la Unión Europea (UE) en un costosísimo divorcio tras 43 años de permanecer en el cónclave europeo.
A casi doce meses de cumplirse la fecha de salida de la UE, el 29 de marzo de 2019, la propuesta edulcorada (el Brexit suave) de May pasa por: 1) El Reino Unido seguirá sujeto a la legislación europea y la jurisdicción del Tribunal de Justicia de la UE hasta final de 2020: “Se sostendrá la legislación europea durante el periodo de transición de 21 meses”; 2) Permanecer en el mercado único para bienes y mercancías con el mismo trato arancelario que hasta ahora pero excluyendo al segmento de los servicios; 3) Los servicios financieros no estarían en el libre comercio con la UE ni dentro del trato comunitario; 4) Reino Unido quiere permanecer dentro de la Unión Aduanera y ser capaz además de negociar acuerdos de libre comercio con otros países; 5) Con Irlanda se plantea una frontera que conserve sus derechos actuales en la UE; 6) Después del plazo de transición, en 2022, negociar un acuerdo de libre comercio con la UE
Estas propuestas ya le costaron un cisma en su gabinete dado que en menos de un mes, la lideresa ha perdido a dos ministros: David Davis renunció al frente de la Secretaría de Estado para la Salida de la UE; y acto seguido, el extrovertido y no menos controvertido, Boris Johnson presentó su dimisión como titular de Exteriores.
“Hace dos años se les dijo a los británicos que votaron por abandonar a la Unión Europea que tomarían su destino en sus manos y se les devolvería el control de su propia democracia. Se les dijo que manejarían las normas del control inmigratorio. Ese sueño se está muriendo sofocado por la falta de voluntad… no estoy dispuesto a seguir soportando más algo con lo que no estoy de acuerdo”, recitó con crudeza la carta de Johnson al dejar su cargo como diplomático.
En tanto, Davis justificó su partida argumentando que la idea del Brexit era recuperar la voluntad del Parlamento, hacer que las decisiones se tomen en casa, algo que “ahora sólo suena a ilusión”.
Dos renuncias en corto tiempo… julio está siendo un mes caliente –no nada más por la elevada temperatura estival- para la primera ministra que no ha tenido de otra más que sustituir a Davis por Dominic Raab y a Jeremy Hunt por Johnson, no habrá vacaciones, con su portafolio en mano ha decidido redoblar su presencia en actos oficiales y en los medios de comunicación.
A COLACIÓN
Sin Johnson, ni Davis, se han esfumado de la primera línea de fuego las voces férreas que aupaban el salto al vacío de todos los británicos; los hombres que defendió Donald Trump a ultranza, según lo declaró el presidente estadounidense, al tabloide The Sun el 12 de julio pasado: “Boris Johnson sería un gran primer ministro”.
El pelirrubio, a expresión de Trump, lo haría mejor que May para gestionar el Brexit: “Me parece un chico talentoso, me gusta mucho. Yo sé lo dije a May en corto, le dije mi apreciación de cómo ella debía gestionar la salida de su país de la UE sin concesión alguna, simplemente irse, sin esperar ni dar nada a cambio… pero ella tiene otra visión y yo no estoy de acuerdo pero la respeto”, espetó el inquilino de la Casa Blanca.
Las palabras de Trump han provocado un álgido revuelo entre los euroescépticos que buscan catapultar a Johnson en medio de la debilidad de May que ya amenazó con convocar elecciones generales adelantadas con los laboristas, como Jeremy Corbyn, frotándose ansiosamente las manos.
La realidad es que Reino Unido está sumido en un atolladero político que le hace además perder dinero y perspectivas de futuro, de acuerdo con el Banco de Inglaterra, el costo del Brexit desde que la gente lo votó (en 2016) es de alrededor 40 billones de libras esterlinas… y sumando.
La economía británica ha cedido desde entonces el 2% del PIB, los ingresos por persona son menores en 900 libras y el panorama puede empeorar dependiendo del convenio de divorcio con la UE.
La disyuntiva pasa por el salto al vacío o el Brexit suave. Tanto Johnson como el mandatario Trump son partidarios del despecho absolutista; May, mucho más mesurada cree que no debe distanciarse totalmente de Europa, y es que están en juego –al menos- 252 billones de libras que se esfumarían sin un acuerdo.
Según la London School of Economics, las cuentas nacionales muestran que la inversión en negocios cayó en 2016 (el año del referéndum) y la economía británica perdió 20 billones de libras en los seis meses siguientes a la votación.
Directora de Conexión Hispanoamérica, economista experta en periodismo económico y escritora de temas internacionales
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