Si no nos despetrolizamos, tal parece que el futuro no será precisamente muy largo ni halagüeño para las más jóvenes generaciones y los retoños que siguen naciendo. Así está la cosa es eso o autosepultarnos.
Al respecto reflexiono que después de lo del escándalo reputacional en la alemana Volkswagen con los coches trucados en la lectura de las emisiones contaminantes, siendo honestos, ¿qué fiabilidad podemos realmente tener como compradores de un vehículo? ¿Cuántos engañifes habrá en la industria automotriz?
Yo estoy segura amigo lector que usted se lo ha preguntado en más de una ocasión cada mañana que enciende su coche para desplazarse y transita en medio de ese atasco matinal con la radio encendida alertando acerca de los niveles de contaminación.
Y usted se dirá, ¿bueno qué más está en mis manos hacer si me he comprado con mucho esfuerzo, a pagos y cómodas mensualidades, un vehículo ecológico?
Veamos una correlación lógica partiendo de los cambios más recientes introducidos en la industria automotriz, por ejemplo, desde finales de la década de los ochenta cuando los turbodiésel emergieron como opción a los motores de gasolina; antes de finalizar el siglo XX los híbridos ya estaban en circulación de la mano de Toyota Prius.
Después llegó la hora de la generación Ecoboost y lo cierto es que los consumidores han hecho denodados esfuerzos por ir cambiando de un coche a otro mucho más actualizado, obligados por las verificaciones vehiculares, los mayores impuestos y por último, por el espíritu altruista de tomar conciencia ambiental.
Pero y cómo es que todas esas transformaciones en los motores no han arrojado en contrapartida menores índices de contaminación sino todo lo contrario.
Sabrá Dios qué más trucos existan al interior de la industria automotriz, ¿de qué exactamente nos estaremos perdiendo? Pero hoy por hoy, usted va manejando su híbrido o Ecoboost, con la nata del smog encima y el anuncio oficial de que mañana seguramente descansa su coche.
A COLACIÓN
En cada país existen sus diferencias con base a sus necesidades específicas y también al proteccionismo adyacente en determinadas industrias y subsectores. En todos lados los hay.
En España, dominan los autos diésel y en México, los autos con base a gasolina; en el primer país, el consumidor opta por uno diésel bajo la creencia de que contaminará menos pero resulta que lo hace cuatro veces más que uno de gasolina. En el segundo, persiste un privilegio hacia el consumo de gasolina aunque sea importada y cundan las quejas en contra de las estaciones de servicio.
Lo que resta ahora es el futuro, la permanencia en la recta de la vida no por nosotros sino por los pequeños que vienen detrás y quizás estemos a punto de atestiguar muy pronto una nueva revolución industrial sin petróleo. Parece increíble, verdad, pero no lo es.
Pues bien, anoten la fecha, año 2025. Resulta que Noruega, Holanda y hasta la India (con todo y su tercermundismo) están estudiando seriamente elevar a sendas legislaciones la prohibición de vender en sus respectivos países vehículos de motor diésel y de gasolina.
Sobre todo Noruega y Holanda pretenden impulsar otra política energética y ambiental inclinándose por los coches de batería eléctrica. Resta señalar que ni Noruega ni Holanda padecen los problemas de contaminación ni demográficos ni de concientización en su población a favor de lo verde y reducción de la huella ecológica.
Queda en el limbo qué harán respecto de todos los propietarios de coches que obviamente no son eléctricos, ¿habrá una política de estímulos para el recambio? Yo lo único que señalo es vaya negociazo tiene entre sus manos la industria automotriz (como las farmacéuticas) con los consumidores compre y compre… pero las cosas no mejoran (sic).