La noche que murió el balón
Equipo Avispones, olvidado en las tinieblas de Iguala
–EL camión donde viajaban recibió cerca de 400 disparos
–Hubo 14 heridos, dos muertos, un adolecente y chófer
–Víctimas aleatorias, durante la desaparición los 43
–Ejército Mexicano operó y ejecutó la acción, denuncian
(A la memoria del “Zurdito” y en solidaridad con los familiares de los 43 normalistas desaparecidos forzosamente hace tres años)
Por Jesús Yáñez Orozco
Ciudad de México, 03 de Octubre (JESÚS YÁÑEZ/CÍRCULO DIGITAL).-Uno de los futbolistas adolescente envía –desde el camión donde viajaba con el resto del equipo– un mensaje a su padre, teñido de desamparo e indefensión e imploraba protección, cuando son atacados con armas de alto poder:
“Papá ¿dónde estás? Regrésate. Nos balacearon y nadie nos ayuda.”
El padre siente desfallecer cuando lee las cuatro palabras restantes, puñales punzantes en el corazón:
“Me dieron cinco balazos”.
Los padres, que acompañan a sus hijos en sus autos a varios kilómetros de distancia, regresan de inmediato al lugar de los hechos, en un crucero Santa Teresa, a la salida de Iguala, donde habían sido agredidos.
Uno de ellos cuenta que vio a su hijo herido, “tirado”, herido, “como un perro en el pasto”.
Noche aciaga: celeste féretro encapotado. Pertinaz lluvia. Presagia muerte. Granizada de balas. Infierno se desgrana en segundos sobre la faz de la tierra.
Peligra la vida de una treintena de personas.
Adolescentes, la mayoría.
Antes de la medianoche, varios sujetos, fantasmales, salidos de la nada, con armas de alto calibre, perforan la piel metálica –que gime apagada– del camión de la tercera división profesional del futbol mexicano.
Quedan hechos añicos –como, metáfora, las ilusiones de los jóvenes–, los cristales de las ventanas. Todas quedan ciegas.
Dura cinco minutos, poco después de las 11:35 horas.
Se habían soltado los demonios.
El camión, literal, hecho cedazo: unos 400 disparos de R-15 y AK 47.
Mortales luciérnagas fugaces iluminan la oscuridad.
Aquella trágica noche, fuerzas de seguridad estatales, municipales, y soldados, ávidas de sangre y muerte, asesinan y desaparecen. Nada los detiene. Parecen perros rabiosos. Millones de pesos están en juego.
Armas inmisericordes. Vomitan muerte y escupen sangre. Los chicos vienen de vencer 3-1 al equipo Iguala FC. Están cansados, hambrientos. Algunos dormitan mientras oyen música en sus celulares conectados al cordón umbilical de los audífonos.
Todos se tiran al piso al momento de la balacera. Sienten total orfandad.
Hasta la luna se había escondido, avergonzada. Presagiaba tormenta en el cielo y también en la tierra. Llora el cielo.
Cesa el fuego de manera súbita.
“¡Ya no disparen, somos un equipo de futbol, somos Los Avispones de Chilpancingo¡” alguien grita desde el interior.
Escuchan algunas risas afuera, apagadas por la lluvia.
Un instante después responden con otra ráfaga.
Regresa el mortuorio silencio. Nadie sabe qué hacer. Zozobra absoluta.
El chofer, Víctor Manuel Lugo, 50 años de edad, permanece inmóvil en su puesto al volante. Herido por los primeros tiros que habían entrado por ese costado, fallece cinco horas después, en un hospital de Iguala, por falta de atención médica.
El preparador físico, Jorge León Sáenz, recibe una bala en la cara que lo dejó ciego de un ojo y con la nariz rota.
El director técnico, Pedro Rentería, está encorvado, con dos disparos que le habían perforado el estómago. Uno de ellos en el hígado. Se salva.
Miguel Ríos, un joven con personalidad de defensa central, se desangra debido a cinco balazos. Aunque recuerda, tiempo después, que nunca imaginó que fueran tantos. Es quien envía el mensaje a su padre, clamando auxilio.
Está seguro que no es grave pues apenas había sentido unos golpecitos suaves y calientes que le dejaron la carne entumida.
Sus padres, cuando lo encuentran, piden trasladarlo a un nosocomio privado donde, horas después, se reporta fuera de peligro.
Tras su recuperación fue becado por la Universidad del Futbol del club Pachuca. Pero nada se ha vuelto a saber de él.
El tercer lesionado es la persona de quien sólo se sabe se llama Carlos y todos los conocen como “El Pañañas”, mismo que viaja como animador del equipo, él se reporta fuera de peligro, y sólo se le tendrían que extraer esquirlas alojadas en su espalda que no penetraron ningún órgano vital.
De los 26 pasajeros, 12 estaban lesionados. Al novato de 15 años, Da- vid Josué García Evangelista, la vida se le escapaba por una herida mortal en el cuello.
En el piso quedan desperdigadas una bolsa de papas Sabritas que él comía.
Estudiaba secundaría, Soñaba ser jugador profesional. Las balas sepultan su quimera. Tenía una semana de haber ingresado al equipo. Fue convocado por el entrenador para que fuera familiarizándose con las dinámicas deportivas de un equipo profesional de su categoría.
No iba a jugar.
Destino infausto.
Como un novato debía ganarse un puesto. Por eso, el entrenador decide llevarlo, invitado, de último momento.
Ese viaje es un premio por el entusiasmo que demostró en la pretemporada y por una jugada específica que hizo el día previo, durante el entrenamiento. Demostró magia en sus pies.
Tenía madera de crack.
Desde una banda escapó perseguido por un mediocampista y, como suspiro, lo dejó atrás. El mejor defensa del equipo salió al paso. Mas fracasó en su intento por detenerlo. Al llegar al área, encaró al portero. Fintó. Y anotó, magistral, con la pierna a la que le debía su apodo.
Gol que recuerda a los que suele hacer Carlos Vela en España.
Todos quedaron boquiabiertos. Sobre todo, Pedro, el entrenador. El Zurdito demostró que merecía llevar la camiseta con el número 28 de Los Avispones a Iguala.
Los jóvenes y cuerpo técnico, esa infausta noche, se convierten en víctimas — aleatoria a la desaparición forzada de los 43 normalistas de Ayotzinapa, historia conocida en el mundo– olvidadas por la desmemoria colectiva y las instituciones.
Desde hace tres años, Los Avispones nunca son mencionados en las manifestaciones de los padres de los 43 estudiantes en México y algunos países. Nadie lleva un retrato del Zurdito. Ni porta una camiseta con su foto estampada o su nombre. Ni del chófer caído.
Son olvido en el olvido.
Aquella negra noche dejaron de existir.
Y eso los borró, también, con la tinta indeleble de la indiferencia institucional.
En la siguiente jornada de la liga MX, previo a los encuentros, se guardó un minuto de silencio en memoria del novel jugador. En todos los estadios se dijo su nombre.
De alguna manera, en la muerte, El Zurdito cumplió su sueño en vida: aparecer en el máximo circuito del balompié nacional.
Hay información marginal, de periódicos locales, sobre la misa en el polideportivo de Chilpancingo, en su memoria, del pasado 26 de septiembre, al cumplir tres años de su asesinato. La cancha de futbol lleva su nombre.
No más.
Hay una emblemática caricatura, sin firma del autor, sobre David que circula en redes sociales. Con el balón a los pies, tres balas se ciñen sobre él.
Pellizca el corazón y el alma, también, mirar la foto y el video de su féretro de metal argentino bajo la playera amarilla del equipo, con el número 28. Emula la bandera nacional. Sobre ella, sus zapatos blancos, número 6, desgastados, marca Nike.
Tras ser homenajeado en la cancha de la colonia Los Ángeles, donde desde niño jugó al futbol, tres días después de su asesinato, el 29 de septiembre de 20114, es sepultado El Zurdito.
“Soñaba con llegar a ser grande”, Dice en suspiros y sollozos, Roberta, su madre. Lo caracterizaba su traviesa sonrisa de niño eterno.
Incluso cuando la Procuraduría General de la República, dio su versión en enero de 2015, de lo que su entonces titular, Jesús Murillo Karam, llamó la “verdad histórica”, sólo se aludió en un video a los Avispones durante 30 segundos.
Aparecieron de manera fugaz, como un contexto para la polémica explicación oficial de la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, en el basurero de Cocula.
Hecho azaroso, la agresión a Los Avispones, sepultado por el tiempo, mil 95 días, y la losa de mentiras completas o medias verdades oficiales, en colusión de la industria mediática, aliada del gobierno.
En una información difundida el dos de marzo de 2016 por la conductora Carmen Aristegui, la PGR estableció como parte de su “verdad” –argumento que se mantiene a la fecha– que el ataque a balazos contra el camión de los futbolistas, había sido una “confusión”: jugadores “confundidos” con normalistas de Ayotzinapa.
Ese día murieron un adolescente… y el balón.
Para Anabel Hernández, reportera especialista en temas de seguridad nacional, narcotráfico en particular, autora de varios libros, el Ejército Mexicano –Batallón 27 de infantería—“ordenó, orquestó y organizó” la noche en la que desaparecieron los 43 y fueron agredidos Los Avispones.
“De acuerdo a los propios peritajes de balística que yo tengo en mi poder, disparó también el Ejército y hay cartuchos de la fábrica de cartuchos de la Sedena (Secretaría de la Defensa Nacional) entre los cartuchos encontrados en las escenas del crimen”, precisó la periodista a varios medios de comunicación a finales de 2016.
Por esas fechas, a un año cinco meses de los hechos, familiares de las víctimas del equipo rompen el mutismo y revelan lo ocurrido en dicho ataque en el que calculan se hicieron más de 400 disparos contra el autobús, por parte de policías municipales.
En el ataque también fallece una pasajera de un taxi que sólo pasaba por el lugar.
En un documento en poder de Aristegui Noticias -una carta entregada esta semana a María Guadalupe Murguía Gutiérrez, diputada del PAN que encabeza la comisión especial sobre el caso Iguala –firmada por “padres de jugadores y cuerpo técnico” del equipo-, se asienta una nueva versión sobre este ataque.
El testimonio documental revela que Policías Federales detuvieron a los Avispones, 20 minutos antes del ataque; y después, los mismos elementos policiacos no auxiliaron a los heridos por balas, entre ellos El Zurdito –o El Pollo, como también era apodado–, quien finalmente perdió la vida.
De acuerdo como versiones periodísticas, la agresión contra los jóvenes, deportistas y estudiantes de la Normal Raúl Isidro Burgos, obedeció a la connivencia entre policías municipales, estatales y ejército mexicano con la delincuencia organizada.
Buscaban, de acuerdo con versiones de prensa, un cargamento de droga que en el famoso quinto camión. A ello se debió la reacción rabiosamente hostil de las fuerzas de seguridad.
Dos de esos camiones tendrían heroína valuada en dos millones de dólares, cerca de 40 millones de pesos. Los normalistas que los secuestraron, obvio, no lo sabían.
Al presentar en junio de 2016 su informe final sobre el caso Ayotzinapa –conocido como el libro blanco, plagado de oscuridad–, la PGR señaló en la página 164: respecto de la versión de que el citado autobús (en referencia a uno de los que tomaron los normalistas antes de ser atacados) podría haber sido utilizado para el trasiego de drogas hacia Estados Unidos, hasta el momento no se encontraron evidencias que sustentaran esa hipótesis.
Una nota de Rolando Aguilar, corresponsal del diario Excélsior, en Acapulco, Guerrero, publicada el 20 de abril de 2016, amplia el contexto del por qué actuaron con tanta saña contra los jóvenes las fuerzas de seguridad, municipales, estatales y federales.
Establece que la amapola se ha convertido en el “motor económico” de, al menos, mil 287 comunidades en Guerrero, de acuerdo a una fuente militar, quien agregó que “las ganancias, tras el cultivo y la cosecha, ascienden a mil 200 millones de pesos.
En los años 70s, la semilla de amapola llegó al estado procedente de Sinaloa. Ahora, estos cultivos son el pilar económico de la zona. Es la base para elaborar heroína.
Sólo en dos regiones del estado se cultiva la mariguana y la amapola: en la Sierra y la Montaña, aunque es en la Sierra donde se da la producción más alta.
Actualmente, Guerrero es el productor número uno en amapola en el país y el segundo a escala nacional de mariguana. Además de que a escala mundial, ese estado se disputa el primer lugar con Afganistán, aseguró el año pasado el entonces gobernador interino del estado, Rogelio Ortega.
Guerrero es un estado futbolero y uno de los más violentos del país.
A la fecha todos los que iban a bordo del camión de Lo Avispones tienen cicatrices físicas y psicológicas, en mayor o menor medida.
Todos han tomado terapia. Pocos han superado el trauma de aquella granizada de balas.
Fue la trágica noche de Iguala donde murió el balón.
@kalimanyez