Por la Espiral
Claudia Luna Palencia
Desde hace tres quinquenios se habla del sui generis modelo económico del gigante asiático catalogándolo de “socialismo de mercado”, “socialismo neoliberal” o bien “economía de mercado socialista” que no es otra cosa más que un modelo mixto en el que los grandes sectores industriales medulares continúan en control estatal, con planificación quinquenal, empero el Estado ha dejado ciertas áreas de la economía al arbitrio de la mano invisible.
Aunque hay autores como el francés Maurice Duverger que ya en 1964 aventuraban –o imaginaban- una especie de “socialismo menos violento que al mismo tiempo desarrollase algunas libertades políticas y constituyese una primera etapa hacia un socialismo democrático”, según se recoge en su imprescindible manual de “Introducción a la política”.
Para el actual gobernante del dragón asiático, el presidente Xi Jinping es momento crucial –dadas las condiciones geopolíticas y geoeconómicas- de ejecutar una serie de reformas, acciones y decisiones que consoliden a su país en la órbita del liderazgo merecida para una nación que es eje del comercio global, imán para las inversiones privadas y que cuenta con una demografía –de 1 mil 379 millones de habitantes- con una clase media en expansión, que según el Informe Mckinsey, para 2022 “más del 75% de los consumidores chinos ganarán un mínimo de 9 mil dólares anuales”.
The Economist en un informe elaborado por su Unidad de Inteligencia basado en el estudio de 300 ciudades chinas recoge que “el consumo privado crecerá una media anual del 5.5% hasta el 2030”, ello significa que aproximadamente “480 millones de personas, el 35% de la población china, serán parte de la clase media”.
“Hay que modernizar la estructura del país, prepararla para los nuevos tiempos para que pueda hacer frente a los desafíos del entorno”, declaró Jinping en tono entusiasta previo a la votación de la ANP.
Pero, ¿quiénes participaron? En una asamblea de tres mil legisladores-delegados, únicamente 39 votaron en contra y 3 se abstuvieron de legitimar lo que una mayoría de medios comunicación aquí en Europa han calificado de “entronización de un nuevo emperador” y de “agudo retroceso histórico”.
A continuación se resumen las modificaciones constitucionales, un total de 21 enmiendas a la Carta Magna puesta en vigor en 1982 y que contienen varias aristas modernizadoras, antiburocráticas, anticorrupción; además permite al presidente y vicepresidente quedarse en el poder indefinidamente tras eliminar las trabas a la reelección (dos períodos consecutivos, cada uno por cinco años como máximo); de esta forma Jinping, de 65 años, llegará al 2023 listo para seguir gobernando si la salud se lo permite.
Otros cambios torales: creación de una Comisión Nacional de Supervisión (para continuar con la limpieza en el sector público y en el sistema privado de personas corruptas); el Partido Comunista queda como un nuevo monolito mega reforzado dentro de la supraestructura china.
Asimismo fueron aprobadas transformaciones en 11 de los 25 ministerios del régimen, dos serán nuevos: el de Asuntos de Veteranos y Atención de Emergencias; desaparecerá el ministerio de Supervisión pero a cambio se formará la Comisión Nacional de Supervisión; serán fusionadas las dos comisiones reguladoras de bancos y seguros; se otorga mayores competencias al ministerio de Ciencia y Tecnología; principalmente quedarán desmanteladas ocho de las múltiples administraciones estatales.
Los cambios son y serán trascendentales, Jinping tiene en mente el largo plazo, como un estadista visionario pretende llegar al centenario de la fundación del PCCh (2021) con su economía convertida en la más potente y sólida del mundo; y arribar al 2049, fecha de los festejos por los cien años de la República Popular China, con la Nueva Ruta de la Seda vertebrada a todo el mundo y con un país rejuvenecido.
A COLACIÓN
Hace unos días, el periódico South China Morning Post, advirtió en sendos editoriales de la “nueva monarquía” naciente en Beijing respaldada por una casta de incondicionales.
En sentido más apocalíptico, el británico The Guardian afirmó que la nueva concentración de poderío en una sola figura y con el Partido Comunista por encima de todo “podría terminar destruyendo a China”.
Tampoco se ignora que China lubrica cuestionamientos en axiomas relacionados con la política, las libertades y el mundo de la economía y muy seguramente, el hecho de que refrende su vocación socialista, le dará alas a muchos otros grupos, en otros países, que pretenderán emularlo.
Nuevo emperador o no, autócrata reinventado o no… lo cierto es que los desafíos en manos de Jinping no son nimios: a los apremios internos demográficos, de políticas públicas y consolidación de objetivos del Estado aunados a la presión social en pro de una auténtica libertad de expresión y de aceptación de culto a otras religiones (el Vaticano intenta normalizar la situación de sus sacerdotes católicos) están las crecientes presiones internacionales a las que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, viene constantemente emplazando a su homólogo chino ya sea por Siria, hasta su relación con Corea del Norte, el cambio climático, los escudos antimisiles; el rol regional chino en islas y mares asiáticos y lo más reciente: la inminente guerra comercial con Washington… con todo eso, ¿a alguien le apetece gobernar de por vida?
Directora de Conexión Hispanoamérica, economista experta en periodismo económico y escritora de temas internacionales
@claudialunapale