El paso del Chapulín
* Sergio Ricardo Hernández Mancilla
Twitter: @SergioRicardoHM
El pasado miércoles en la conferencia de prensa mañanera vimos un momento incómodo cuando se le preguntó al presidente si estaba de acuerdo con lo que su Secretario de Hacienda, Arturo Herrera, había dicho apenas un día antes: que el uso de cubrebocas ayudaría a relanzar con mayor éxito la economía.
López Obrador se mantuvo firme ante su incomprensible necedad por negar la importancia del cubrebocas, y orilló a Herrera a justificar y tragarse sus propias palabras:
Yo no dije eso, quise decir otra cosa, en realidad era otro contexto, pero no era así, era más o menos diferente.
Igual que a Herrera, hemos visto a varios funcionarios tener que maniobrar con sus propias palabras y, peor aún, con leyes, políticas, datos duros y científicos para no contradecir las ocurrencias de su jefe.
Una de las controversias más recientes es la renuncia de quien hasta ayer fuera secretario de Comunicaciones y Transportes, Javier Jiménez Espriú, que al parecer se enteró por la prensa de las intenciones del presidente de asignar tareas de administración de aduanas y puertos a la Secretaría de Marina.
El primer funcionario de alto nivel fue el ex calderonista Germán Martínez, que dejó la titularidad del IMSS ya que, en sus palabras, “hay un rediseño institucional donde importa más el cargo que el encargo” y cuestionó la política de “recortes y más recortes”.
Poco después se unió Carlos Urzúa, que se despidió de la Secretaría de Hacienda acusando, entre otras cosas, que en este gobierno se toman decisiones de política pública sin ningún sustento.
Guillermo García Alcocer dejó la Comisión Reguladora de Energía por “enfoques técnicos incompatibles”.
Tonatiuh Guillén se apartó del Instituto Nacional de Migración justo después de que la Guardia Nacional hiciera un gran despliegue de elementos en la frontera sur para frenar las caravanas migrantes.
Clara Torres, quien fuera directora de Estancias Infantiles, se separó del encargo porque “este gobierno no reconoce los derechos de los niños y desacata órdenes judiciales”, después de la instrucción presidencial de desaparecer las estancias infantiles e intentar compensar su trabajo con entrega de dinero en efectivo.
En la Comisión Especial de Atención a Víctimas, Jaime Rochín renunció por el poco compromiso del gobierno con la institución y acusó que “se debe fortalecer al equipo en lugar de debilitarlo con medidas administrativas”. Su sucesora, Mara Gómez, no duró ni un año y salió alegando que nunca contó con apoyo institucional ni económico.
Julia Targüeña Parga renunció a su cargo como Coordinadora del Foro Consultivo de Ciencia y Tecnología ante la imposibilidad de continuar con las actividades ordinarias por falta de recursos, por lo que dejaron los bienes inmuebles en comodato a la UNAM.
Hace unas semanas vimos también el lamentable caso de Mónica Maccise, que renunció al Conapred después de que AMLO menospreció públicamente su trabajo y el de todo el Consejo -al que incluso fingió desconocer- luego de que su esposa criticara un foro al que había sido invitado el comediante Chumel Torres.
Y recientemente el caso de Cristina Laurell, quien fuera subsecretaria de integración y desarrollo de la Secretaría de Salud, que renunció a su cargo después de otro de los tantos anuncios de AMLO para recortar al gobierno.
La doctora se enteró que entre esos recortes se contraba su área de trabajo, así que se separó advirtiendo el fuerte riesgo que significa esa decisión para el sistema de salud (y en plena pandemia) y manifestando diferencias de visión con el secretario de salud, Jorge Alcocer y Juan Antonio Ferrer, titular del INSABI, a quienes acusó inexpertos del sistema de salud mexicano.
Es curioso que en este gabinete no ha renunciado ninguno de los funcionarios o funcionarias acusadas de corrupción o conflictos de interés, pero sí quienes tuvieron diferencias técnicas y administrativas con el presidente, o quienes de plano no pudieron con las ocurrencias.
López Gattel nos ha dejado claro que en este gobierno la investigación, el análisis y la evidencia científica significan muy poco si no se acomoda al discurso del presidente.
Otros, como Bartlett o Irma Eréndira Sandoval, nos han dejado claro que si te acomodas al discurso y la línea, tus resultados y tus acusaciones son lo de menos.
El paso del Chapulín
Mi abuelo contaba una historia que satirizaba el presidencialismo mexicano del siglo pasado:
En una reunión de gabinete dos secretarios platicaban en corto:
– Oye, ¿cómo ves que los cocodrilos vuelan?
– Eso no es cierto, ¿Quién te dijo esa pendejada?
– Lo dijo el presidente.
– Ah, bueno. Es que sí vuelan, pero muy bajito.