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FRANCISCO RODRÍGUEZ
En 1968, Lula, junto a su hermano, Frei Chico –un militante del proscrito Partido Comunista Brasileño–, se interesó por el movimiento obrero. Afiliado al sindicato de metalúrgicos de Sao Bernardo Do Campo y Diadema atacó al régimen militar, el cual –encabezado por el mariscal Artur da Costa e Silva, vía su fase más represiva después de liquidar a los partidos y al presidente João Goulart. Obviamente, el hermano mayor de Lula fue sometido a torturas inimaginables, dejando un pesado fardo de lucha política combativa a cargo de Lula.
Se trataba de no repetir el error del asesinado Getúlio Vargas, quien en campaña por la presidencia de Brasil en la década de los 40’s del siglo pasado había ofrecido soluciones para todos, igual a los empresarios que a los trabajadores del campo; a los caciques, lo mismo que a los obreros y que, a poco de tomar posesión amaneció asesinando en su casa, supuestamente por las mismas fuerzas a las que había prometido un paraíso imaginario.
Vargas, seguramente, se había inspirado en algunas de las acciones populistas de Lázaro Cárdenas y del nicaragüense Augusto César Sandino, pero sin contar con el apoyo de un sistema tan sólido como lo fue el corporativismo mexicano apuntalado por Plutarco Elías Calles.
A finales de los 70’s, poco antes de que entrara en acción el capitalismo salvaje postulado en los Reaganomics y en la cerrazón política de Margaret Thatcher, premier de la Pérfida Albión, la esperanza brasileña se llamaba Lula, quien conjugaba el estructuralismo más el populismo como idea – fuerza. Y de ello estaban convencidos todos los brasileños, excepto los militares que, por supuesto, recibían órdenes directas del Pentágono estadounidense.
El 26 de agosto de 1983 Lula fundó la Central Única de Trabajadores y, apoyados por Leonel Brizola y Samuel Pinheiro Guimarães, formó el excelente trío de líderes opositores que galvanizaron las masivas manifestaciones populares exigiendo la elección directa del Presidente de la República, que se suspendiera el pago de la asfixiante deuda externa, que terminaran los despidos masivos y que no se transigiera con las demandas del FMI. Lula se perfiló con la estampa ruda de izquierda radical e incrementó altamente su popularidad.
Segunda oportunidad, ¿izquierdismo trasnochado?
En 1994 fue nominado candidato presidencial por segunda ocasión. Pero cuando comenzó la campaña, los muy influyentes medios de comunicación volvieron a favorecer al representante de la moderación, Fernando Henrique Cardoso, cuyo espectacular currículum académico, su prestigio internacional como sociólogo y su labor como ministro de Hacienda en el gobierno de Itamar Franco –terminando con las turbulencias monetarias y con la hiperinflación– constituían unos activos que Lula, quien sólo había terminado la secundaria, no pudo neutralizar.
Fue acusado de carecer de la experiencia y preparación para manejar los complejos asuntos del gobierno, de no saber conducirse con la diplomacia y el pragmatismo requeridos en la política de Estado, de anclarse en un izquierdismo trasnochado y de cultivar amistades equívocas en el ámbito internacional.
Por tercera vez pierde, pero avanza posiciones
En 1997 lanzó su tercera aspiración presidencial, adoptando con Brisola la coalición contra el neoliberalismo y la globalización salvajes, y convirtiéndose en el candidato unitario de izquierda. Nuevamente Cardoso, cuya campaña invirtió diez veces más el dinero recaudado por Lula, lo derrotó por unos cuantos puntos que permitieron al izquierdismo hacerse de los gobiernos estatales de Rio Grande do Sul, Acre y Mato Grosso do Sul, de 58 diputados y de siete senadores. Además de los ayuntamientos en 187 ciudades.
Cuarta ocasión: se alza con un triunfo apabullante
El 16 de diciembre de 2001 lanzó su cuarta candidatura presidencial. Puso en marcha una estrategia electoral enteramente renovada e hizo hincapié en aspectos descuidados o voluntariamente excluidos en campañas anteriores.
Anuló las habituales acusaciones en su contra de ser una persona hosca, intratable e indigna de confianza, mediante un notable cambio de imagen: la indumentaria obrera dio paso al traje y a la corbata; el cabello y la barba, otrora crespos y negros, se mostraban ahora más atusados y encanecidos; los ademanes ceñudos y belicosos fueron sustituidos por sonrisas y jovialidad. Los asesores mostraron una imagen inédita del candidato, más relajado como esposo y como padre afectuoso, capaz de exteriorizar sentimientos.
Manteniendo un discurso crítico de izquierda suavizó el tono y dirigió anzuelos a sectores ideológicamente remotos. Aseguró a los empresarios locales y a los operadores financieros que no había motivos para temer al Partido de los Trabajadores en el poder, ya que los principios que se le cuestionaban, al igual que algunos procedimientos de estabilización económica aplicados por Cardoso, como la lucha contra la inflación y la colocación del real en el régimen de cambios variables, dieron pauta a los ataques especulativos contra la moneda, incrementados desde el momento en que los sondeos de intención de voto dieron a Lula por seguro ganador.
Ley de vida. Un arduo ascenso y una caída vertiginosa
Casi una década después de bajar la rampa del Palacio de Planalto, Lula acumula derrota tras derrota, esta vez en los tribunales. El motivo: «nunca antes» –frase que solía usar en sus discursos como presidente– se había robado tanto. No sólo desde el bando de Lula, el Partido de los Trabajadores, sino desde la inmensa mayoría de las formaciones que han venido repartiéndose el poder federal, regional y municipal en un país de proporciones descomunales.
«Nunca antes» habían pasado por las cárceles brasileñas tantos ministros, parlamentarios y ex magnates empresariales, y «nunca antes» un presidente de la República había estado en prisión. Desde que la policía irrumpió en su casa en marzo de 2016 y los jueces comenzaron a acorralarlo con sospechas, denuncias y condenas, Lula se presenta como «un perseguido por las élites» y se compara sin rubor con Jesucristo y Mandela. «No hay en este país un alma viva más honesta que yo», ha proclamado en alguna ocasión.
Desde el punto de vista de la comunicación política y más allá de la discusión estrictamente jurídica, Lula se aferra al relato de David contra Goliat. A sus 73 años, el antiguo sindicalista es un superviviente que pasó hambre en su infancia, perdió un meñique en una fábrica, fue encarcelado por la dictadura militar, resistió a tres derrotas electorales antes de conquistar la Presidencia, superó un cáncer poco después de dejar el cargo, perdió a su esposa en 2017 y hoy libra, en prisión, la enésima batalla.
Ley de vida. Ascenso arduo, caída vertiginosa.
El espejo que AMLO no debe dejar de mirar
Toda proporción guardada, las similitudes entre Lula y AMLO son enormes. La lucha de ambos por, repetidamente, llegar al más alto cargo político de sus países. Las promesas que los dos hicieron a sus gobernados de acercarlos a un paraíso en la Tierra. Las resistencias y presiones que sobre ambos ejercen las fuerzas reales –financieros, empresarios, medios de comunicación, sindicatos, iglesias, etc.– de poder…
AMLO, hoy, no debe dejar de mirarse en el espejo de Luis Inácio Lula da Silva. Muchos de sus colaboradores, ya desde temprano en el sexenio, acumulan ambiciones de toda índole. Muchos, desde ahora, serán las reses en el matadero de la próxima gestión presidencial, ya por omisión y hasta por comisión.
El propio Presidente de la República hasta ahora es omiso en la lucha contra la corrupción que proclamó en sus sucesivas campañas electorales, aunque fue más enfático en la más reciente de hace un año.
Y esa omisión es la que, insisto, debe obligar a AMLO a mirarse todos los días en el espejo del ex mandatario brasileño. El más popular de la historia del gigante verde sudamericano. El que dejó la Presidencia, en Brasilia, con el 80% de popularidad.
Y es que la popularidad no es coraza en contra de la omisión en contra de la corrupción, ¿no cree usted?
Índice Flamígero: En el portal de la edición mexicana de la revista Forbes se lee, desde hace unas horas: «El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, ha dejado en claro, incluso desde su campaña electoral, que el principal objetivo de su gobierno es el combate a la corrupción y la impunidad, sin embargo, hasta el momento no se han dado avances concretos en dicha materia, de acuerdo con organizaciones civiles. ‘No hemos visto resultados, desgraciadamente se ha identificado que desde las conferencias mañaneras se señalan culpables y con base en ello se inician investigaciones, pero hasta el momento no hemos visto avances respecto al combate a la corrupción’, afirmó Gerardo Carrasco, director de Litigio Estratégico de Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI), tras la conferencia Corrupción y Ecocidio en México. Sin embargo, el especialista destacó que ha pasado poco tiempo desde que arrancó el nuevo gobierno. ‘Creemos que el escenario es gris, pero apenas van cuatro meses, es poco tiempo para exigir resultados concretos en dicha materia… El poder ejecutivo debe respetar en todo momento la autonomía de la Fiscalía General de la República y sobre todo del Poder Judicial de la Federación’, añadió Carrasco.»
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