Análisis a Fondo
Francisco Gómez Maza
· Llevamos cuatro décadas de depresión económica
· Primero porque robaban; ahora porque no invierten
Vamos. No canten victoria aquellos amlofóbicos que ya descalificaron al gobierno del tabasqueño tan sólo porque el producto interno bruto cayó dos décimas porcentuales, en los primeros tres meses de 2019. Igual sus enemigos lo hicieron con Peña Nieto, con Calderón, con Fox y Juan de las Pitas. La verdad es que esos “críticos” no saben ni una jota de ciencia económica.
Claro, los grandes inversionistas, los que producen y exportan, están muertos de miedo. No nos vaya a pasar, dicen, lo que les está pasando a los ricos venezolanos con el chavismo, que es peor que el diablo para quienes detentan los grandes medios de producción.
Pero la economía mexicana no es un fracaso de principios de sexenio, sea el de Fox, sea el de Calderón, sea el de Peña, sea el de López Obrador, como pretenden presentarla mañosamente los enemigos del actual mandatario. Es un fracaso estructural y sistémico. La economía mexicana nunca ha crecido para el tamaño de su población y las necesidades de casa, vestido, sustento, salud, desde hace por lo menos cuatro décadas. No hay por qué asustarse, ni por qué escandalizarse.
Estoy de acuerdo con Valeria Moy, de México ¿Cómo vamos?, Jorge Suárez Vélez, economista y socio fundador de SP Family Office, y Manuel Molano, del Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO), quienes presentaron, en 2016, un estudio que explicaba el por qué la economía mexicana no crecía o no podía crecer históricamente
Y las razones por las que México no logra capitalizar su potencial son la disparidad y la desigualdad de los estados; el tamaño de la economía subterránea y el tamaño de la población en situación de pobreza.
La disparidad y la desigualdad entre los estados no permite un desarrollo equilibrado. Los del Norte son los privilegiados en cuanto al crecimiento del producto interno bruto, aunque su economía se soporte en la precariedad salarial, aunque menor que en el sur, en comparación con una economía desarrollada, como, por ejemplo, la de Nuevo León o la de Jalisco, estados, sin embargo, de los que puede aplicarse aquel vetusto adagio que dice: “Fuera de México todo es Cuautitlán”. Son economías que crean empleos y en general todo el norte del país, pero no para todos. Hay, en el norte, zonas paupérrimas, de las que no se acuerda ni dios.
Economía que no crea empleos es una economía fallida. Quintana Roo es la excepción en la zona sur-sureste; es la cuna del sector turístico nacional, lo que ha fomentado la creación de empleo formal, bastante precario, por supuesto. En contraste, en Veracruz o Oaxaca y la mayoría de los estados, principalmente del sureste, destaca Chiapas, no crean empleos o los empleos que crean son demasiado injustos. Los salarios no le permiten a un trabajador medio llevar una vida digna de un ser humano, que viva en una economía de pleno empleo, de ingreso satisfactorio. Hasta ahora están pensando llevar el salario mínimo a 300 pesos por lo menos, que aún no responde a un satisfactor decente.
El tamaño de la economía informal es, en segundo lugar, otra gran limitante del desarrollo económico pleno de México, de acuerdo con los expertos mencionados más arriba. Al momento, más de la mitad, si no es que más, de la población empleada, está ocupada en los mercados subterráneos, por miles de razones. Es también una manera magistral de no pagar impuestos y de pagar salarios de hambre.
El hecho de que el porcentaje sea tan grande significa, de acuerdo con los expertos mencionados, «un enorme lastre» para el crecimiento, pues las personas que se encuentran en esta situación están «básicamente sobreviviendo; es gente que está fuera del sistema, que no está contribuyendo, y no se ve que haya esfuerzos reales y agresivos para tratar de incorporar a la formalidad a una parte importante de estos potenciales trabajadores o empresarios», según Suárez Vélez, de SP Family Office. La informalidad priva a la gente de la posibilidad del acceso al crédito, a la seguridad social y de los esquemas de ahorro; «tiene más complejidades y desventajas de lo que parece».
«En México la informalidad es muy formal», de acuerdo con Valeria Moy. Para la directora del México ¿Cómo vamos?, es necesario que los empleados y empleadores puedan ver en la formalidad beneficios «muy tangibles, que le motiven a pagar impuestos, y que exista un vínculo entre lo que se paga y lo que se recibe».
Y, por último, algo que es causa, pero antes fue efecto: El tamaño de la población en situación de pobreza. De acuerdo con registros oficiales, en México existen unos 60 millones de pobres. Hecho que clama venganza al cielo. «Es como un automóvil de ocho cilindros que trabaja con cuatro», según Suárez Vélez. «La mitad de nuestra población está marginada de la capacidad de progreso, de producir y participar en la economía». A ello hay que añadir discriminación por género, pues «a las mujeres no se les pone fácil que trabajen y que participen en la economía». La pobreza implica también un gran rezago en materia educativa, que se amplía cada vez más con respecto a los países más desarrollados. Según los economistas mencionados, México está desperdiciando una oportunidad «brutal», al no ampliar su capacidad educativa, orientándola a la preparación de la población ante los retos del futuro, por ejemplo, en áreas como la tecnología que, en opinión de Suárez, es «la gran revolución que viene» y para la que «no estamos preparados».
Entonces. Cualquiera la tiene difícil. Esté quien esté en la presidencia, esto no se va a componer tan fácilmente. Es un asunto estructural y sistémico que viene desde muy atrás en la historia. Es fruto de una política capitalista que privilegia al capital por encima de la fuerza de trabajo y el bienestar de los trabajadores. [email protected]