Pedro Joaquín: ¡Todo por 124 millones de dólares!
OPINIÓN
*FRANCISCO RODRÍGUEZ
Los últimos cuarenta años, toda la estructura económica del país –dígase lo que se diga– giró en torno a Pemex, hasta hace poco una empresa estatal que brindaba a la industria pública y privada subsidios, apoyos industriales, insumos y plataformas de inversión. Una empresa que garantizaba la estabilidad de los gobiernos, la solidez y el respaldo del crédito exterior.
Una empresa que fue pensada por patriotas para impulsar el desarrollo nacional, para elevar constantemente el nivel de vida económico, social, político y cultural de los mexicanos, y acabó siendo el pozo sin fondo donde se enriquecieron de manera inaudita todos aquéllos que fueron «bendecidos» con su exacción.
Una empresa que funcionaba como el cebo a modo para que las ventanillas del préstamo internacional estuvieran generosamente abiertas, pues el costo de la deuda, el pago de intereses, estaba de antemano pactado, gracias a los niveles de producción petrolera. Hoy es otro cantar.
Pemex ya fue abandonada a su suerte
Éramos mono exportadores, sí, pero con finanzas nacionales más o menos boyantes, más o menos suficientes. Dependiendo del mercado internacional de intercambio y de la pericia de los dirigentes de la industria petrolera, hubo tiempos de gran producción y relativa abundancia, desafortunadamente sin previsión, sin administración inteligente de los recursos que todos sabían perecederos, pero en la práctica eran saqueados como si nunca se fueran a acabar.
En contrapartida, hubo sexenios completos en los que la dirección general de la empresa recayó en manos de mentecatos, que la utilizaron para saciar su codicia y resolver problemas económicos familiares hasta la quinta generación de descendientes. Pemex fue abandonada a su suerte, después de ser la octava empresa mundial, antes de impuestos.
Digo antes de impuestos, pues es claro que la casi totalidad de sus inmensas ganancias fue canalizada hacia la cobertura de insuficiencias y necesidades del siempre estrecho presupuesto público, pues los uncionarioshacendarios jamás propusieron una estrategia inteligente para captar tributaciones, menos para estimular la aportación de los causantes. Ellos estaban para lo que fueron nombrados: para robar.
Todo dependía de que a Pemex le fuera bien
En las diversas gestiones hacendarias, funcionamos como en el rancho: sólo a la caza de brujas de los cautivos, cada vez más empobrecidos y desalentados, pues todo mundo en el aparato público confiaba en el generoso colchón de los recursos energéticos. Era la base de los proyectos faraónicos, la hipótesis de cualquier ocurrencia.
Una gran parte de la planta productiva y, consecuentemente, de la bolsa de empleos conexos y no petroleros, dependía de que a Pemex le fuera bien. Durante treinta años, por poner un ejemplo, los regímenes políticos basaron su fortaleza en los depósitos de Cantarel y de la sonda campechana, en mayor medida que de los campos terrestres del Golfo de México.
Los depósitos gaseros de la Cuenca de Burgos, desconocidos hasta antes de que la ambición del fracking gasero invadiera a los gabachos, quedaron como una simple expectativa, o como las uvas de la zorra. Al cabo, que ni los queríamos.
Sin embargo, los petroleros texanos usaron como pretexto, para aumentar sus reservas energéticas, el sonsonete de que los precios del crudo debían cotizarse a la baja, mientras ellos se adelantaban en la producción de combustibles a base de gas, extraído por fracking. Los países emergentes, como México, Rusia y Venezuela, tuvieron que sufrir el acoso de los emiratos árabes, en comandita con los sultanatos texanos.
Dejó de existir en la peor hora de los mexicanos
La divisa –y desde hace dos años lo platicamos aquí usted y este tecleador en Índice Político– fue someter a los obedientes mercados de productores de la península arábiga, por órdenes de los texanos, para que el precio del barril de crudo quedara en un promedio que no rebasara los veinte dólares por tambo, al menos los próximos diez años.
El petróleo brotaba a en las aguas someras de la costa Atlántica del sureste mexicano. Los bitúmenes de los lechos marinos profundos, eran otro cantar. Extraídos por altas tecnologías que jamás conocimos, eran cotos de caza de empresas transnacionales que nunca se fueron de México. La Shell bastaba para repartir ganancias estratosféricas al exterior y pequeñas comisiones aquí, en el rancho grande.
La empresa productiva estatal, Pemex –publicitada por el lenguaje enigmático de los que no tienen claras las ideas, o pretenden ilusionar a los incautos con extravagancias del marketing privado– como una empresa invencible, de marca mundial, dejó de existir, en la peor hora de los mexicanos.
Traición maquinada y ejecutada desde los vientres del poder
Mientras nos enteramos que en la lista de lavadores de dinero en paraísos fiscales de todo el mundo –revela el caso Panama Papers–, existen 289 descastados mexicanos que han extraído del país divisas por más de dos billones de pesos, equivalentes a más del diez por ciento del Producto Nacional Bruto.
Pemex daba para todo, hasta para satisfacer la codicia desbocada de los 289, casi todos provenientes del sector público, supuestos empleados nuestros del aparato administrativo y de sus cómplices en el sector privado que saquearon y hambrearon al país, a base de truculencias, fraudes y prevaricatos sin límite alguno. Una traición a mansalva.
Una traición maquinada y ejecutada desde los vientres del poder, que en cualquier sitio del mundo sería severamente castigada con las mayores penalidades jurídicas y patibularias, y que estamos seguros aquí pasará de la noche a la mañana, inmune, observada como quien ve llover . Nadie tiene autoridad moral para juzgar, ni para condenar.
Muchos de ellos, provenientes de las franquicias administrativas petroleras, de los provechos infinitos de las patentes de corso que fueron expedidas por aquéllos que alguna vez tuvieron el morro y el cinismo de cruzarse en el pecho la estrujada Banda Presidencial tricolor. Y otros que, a pesar de sus atracos, esperan en la fila, babeantes de emoción, el pago por sólo prestar su nombre a transnacionales que disfrutarán de los remates zedillistas de las rondas petroleras.
Esperaban los grandes capitales petroleros y…
Ahora aparece, utilizando el lenguaje críptico que es sello de la casa, el mandarín quintanarroense, descendiente de cacicazgos depredadores por antonomasia, Pedro Joaquín Coldwell, el que anunció apenas hace tres meses el advenimiento de los grandes capitales petroleros atraídos por la reforma energética, con una joya de la inmundicia y el engaño.
Que la inversión que se espera es de… ¡la fabulosa cantidad de 124 millones de dólares para los próximos años! Y que de aquí a la eternidad, se alcanzará un monto total de 898 millones de dólares. Que la producción de las 19 transnacionales con testaferros nativos, ¡ arrojará una producción de cien barrilitos por día!
Sí esto no es una pendejada, no tiene otro adjetivo, más que una bravata de ignorancia y traición. Las cifras que maneja el que fue el encargado de despedazar la geografía petrolera y el territorio físico del país para entregarlo en charola de plata a los extranjeros, ¡habla como si estuviera contando chiles!
Para rematar, el quintanarroense estulto, agrega: «La firma de estos contratos genera gran certidumbre entre los inversionistas y las empresas que buscan ubicarse en el país» (sic).
¡Amárrenlo! ¡Pónganle un bozal! Es increíble que el llamado secretario de Energía de México diga tantas estupideces por minuto.
Es el vocero del nido de ratas en que convirtieron a Pemex. Hace falta un sepulcro negro para enterrar el cadáver de la historia de lo mejor que tuvo este país, hoy en manos de imbéciles, ignorantes y cínicos.
Índice Flamígero: Anote usted la fecha 13 de mayo de 2016. Ese día dejó de existir el Ejército Nacional Mexicano, al integrarse la Sedena y Marina Armada al Comando Norte. Tanto el general secretario Salvador Cienfuegos, como del secretario almirante Vidal Soberón asistieron, en cumplimiento de órdenes superiores, ya como miembros, a la ceremonia de cambio de mandos de ese organismo bélico transnacional. La general Lori Jean Robinson relevó al Almirante William Evans Gortney. En la ceremonia, el secretario de la Defensa de Estados Unidos Ashton Bladwin Carter respondió a “la cortesía” señalando que “México se ha convertido en un exportador global de seguridad en este continente y más allá de él. Quiero aplaudir a México por su creciente relación en defensa y también por continuar asegurando que los valores comunes y el respeto por los derechos humanos son la base de los esfuerzos en seguridad en todo hemisferio y alrededor del mundo”. Un hecho histórico, sin duda, pues desde que se formó el Comando Norte, México se había negado a participar en él… hasta que llegaron los “patriotas” atracomulcas, a quienes lo que menos importa es la preservación de la seguridad nacional, la soberanía y la integridad territorial. Anote la fecha, pues: 13 de mayo de 2016. Ya no tenemos Ejército Nacional, si acaso nada más un pelotón del Comando Norte.