Por la Espiral
*Claudia Luna Palencia
Columnas atrás argumentamos cómo el metamercado del marketing es el de la llamada generación Millennials ellos son la nueva gran tribu de consumidores y están provocando además toda una revolución en las marcas más tradicionales.
Son una generación nacida entre oropeles de chips tienen la tecnología en sus manos y demandan cada día más y más en el renglón de lo digital, lo que como todo tiene sus cosas buenas y sus cosas malas.
Hace unos días un destacado investigador y académico español, historiador, me comentó que a su juicio, las impresiones en papel en general no tienen futuro. La brecha está abierta: los mayores de cuarenta años seguimos pegados al papel y a lo más básico del día a día nos resistimos a modificar nuestros usos y costumbres; empero los más jóvenes están subsumidos en otra era una nueva forma de vida mucho más fácil la del botón, la del teclazo, la de la descarga y las aplicaciones.
Y también muchos de ellos crecieron al calor de los videojuegos como padres contribuimos a irles formando en otra forma de jugar cuando por vez primera les pusimos en sus manos (oh grave error) una consola para que jugasen como los demás y se distrajeran con unas maquinitas aparentemente inofensivas. Fuimos permisivos porque era la novedad, lo moderno.
No calculamos su nocividad, que como padres perderíamos el control del comportamiento de nuestros hijos muchos se convirtieron en entes adictos a los videojuegos, encerrados en sus habitaciones, dejaron de socializar, de empatizar con la gente; se fueron excluyendo de sus familias e inclusive bajaron en su rendimiento escolar.
Me pregunto, ¿cuántos de los Ninis de hoy en día son resultado de la adicción a los videojuegos? Yo al menos conozco un par de casos cercanos como también sé y seguramente usted también amigo lector de los serios roces y disgustos familiares que ha provocado esa enfermiza dependencia de los adolescentes y jóvenes a la realidad virtual.
Las consultas de psicopedagogos, psicólogos y terapeutas atienden muchos casos es la nueva enfermedad del siglo XXI, la nueva droga que engancha al ritmo de la adrenalina de conseguir los puntos y llegar lo más pronto posible al objetivo, a la meta.
El más reciente lanzamiento de Pokémon Go desarrollado por Niantic Labs en colaboración con Nintendo (posee el 32% de los derechos) y distribuido por Pokémon Company revela el grado de fanatismo mundial por los videojuegos, esta vez llevados al extremo de encontrar a los muñequitos de la popular serie de animación japonesa en una cacería urbana que puede resultar mucho más peligrosa de lo que suponemos.
No es una idea original, si Disney se pone las pilas podría demandar por plagio a Niantic y Nintendo, y es que desde hace décadas en los parques de Disney se juega a encontrar a Mickey Mouse dentro de las atracciones y en las propias instalaciones. Se llama Hidden Mickey.
Lo saben los verdaderos fanáticos del mundo Disney, gente que temporada tras temporada retorna para disfrutar del reino de la fantasía. De hecho hay un librito-guía con las indicaciones de los sitios con la cara oculta de Mickey el objetivo es ir tachando uno por uno hasta completarlos todos. Y créame no son fáciles de hallar.
Si los abogados de Disney se dan cuenta podrían terminar con el negocio redondo de Pokémon Go que aunque se trata de una descarga gratuita, ojo, eso no evita que el teléfono móvil consuma datos, tiempo y dinero. Además hay que adquirir una pulsera para alertar de los pokémons cercanos.
A COLACIÓN
En los primeros días de julio aconteció el lanzamiento del juego de realidad virtual en Nueva Zelandia, Australia y Estados Unidos; los poquemaníacos del resto del mundo, desesperados por obtener la descarga, han recurrido a copias ilegales.
Y mientras aguardan porque llegue a sus respectivos países, las empresas van haciendo su corte de caja, por ejemplo, Nintendo sus acciones han experimentado una increíble revalorización del 76% con ganancias superiores a los 10 mil millones de dólares gracias a Pokémon Go.
Apple y otros fabricantes digitales esperan lucrarse con las descargas desde la Apple Store tanto de contenido como de aplicaciones. Además se dispararán las compras de teléfonos inteligentes en sus versiones más actuales aunado a la cobertura de Internet de banda ancha para andar por la calle horas y horas capturando a tan singulares criaturitas.
Lo que no hay en esta diversión (para quien le parezca divertido) es quién asumirá el riesgo de que les pase algo a los adolescentes y jóvenes que se lancen a la búsqueda titánica en nuestras seguras calles, barrios sin casi violencia, secuestros ni terrorismo. Ya hay varios casos de chicos afectados y no lleva ni un mes. ¿Aquí dónde están los derechos de los consumidores de esas hordas del metamercado? O es que también son virtuales…