POR LA ESPIRAL
Claudia Luna Palencia
En España se presentía que en cualquier momento estaba por caer un atentado terrorista, lo sabía perfectamente el ciudadano de a pie, que a pesar de la elevada profesionalización de los cuerpos de seguridad españoles estaba consciente de que el mal terminaría colándose por alguna parte.
Y se coló con su dolorosa presencia provocando un daño irreparable en vidas en Barcelona y también en Cambrils: el jueves 17 de agosto se ha quedado tatuado en la memoria de España que ya ha vivido en sus carnes atentados perpetrados por radicales islámicos tan devastadores como el de 2004 en Madrid cuando las bombas en los trenes de Atocha asesinaron a 192 personas y dejaron maltrechas a 2 mil 057 víctimas.
Lamentablemente volvió a tocar como si fuese una especie de ruleta rusa macabra con la Yihad jalando el gatillo y señalando con el dedo acusador el mapa de Europa para hacer sentir su odio hacia la civilización occidental.
Esta vez cayó en Barcelona, la joya de la corona del turismo español, que en pleno mes de agosto con el estío en su esplendor se encuentra desbordada de veraneantes locales y miles de turistas extranjeros; muchos que decidieron no viajar a Francia, ni a Alemania, ni a Reino Unido ni a Bélgica o a Turquía todos epicentro de varios atentados sangrientos en los últimos 24 meses.
Con cifras históricas en recepción de turistas internacionales, el atentado perpetrado en Las Ramblas todavía pudo ser de una magnitud mayor por lo concurrido del mítico paseo, que cerca de las cinco de la tarde, era un auténtico hormiguero.
Nuevamente ha sido el mismo móvil de sembrar el horror y con una táctica que viene repitiéndose insistentemente en los últimos meses en los atentados en Niza, Berlín, Estocolmo y Londres: un vehículo a toda velocidad barre estrepitosamente a los transeúntes que encuentra a su paso; la célula terrorista encargada de la masacre se parapeta ya sea con armas de alto calibre, cuchillos, machetes y hasta de cinturones bomba si es necesario.
Se trata del epítome de la irracionalidad, de la barbarie, de la anarquía en su lucha contra todo lo opuesto y de la cobardía porque son fantasmas que salen a matar a gente que no hace más que disfrutar.
Lo del atentado en Cataluña entreteje una historia rocambolesca que arrancó en Las Ramblas de Barcelona matando a 14 personas (5 son niños) y dejando más de 100 heridos para continuar 8 horas después con otro atentado en Cambrils también por un vehículo en el que viajaban 5 terroristas que no dudaron en arrollar a la gente y sembrar el dolor asesinando a otra persona; finalmente fueron abatidos por los Mossos d’Esquadra.
Nuevamente el silencio, la ira, la furia, la impotencia y la incredulidad que significa ver cómo en dos segundos se cambia el panorama: de la felicidad al duelo.
Pero también hay un cierto hartazgo va resultando cansino este luto moral porque somos mayoría, sin embargo, nos sentimos en sus manos aunque la gente vocifere “no tenemos miedo” y muchos vuelvan al día siguiente al sitio maldito para reivindicar su libertad.
Y es cansino ver cómo el mapa de Europa va tiñéndose de rojo, ¿quién sigue? ¿quién falta? Se pregunta con morbo: ¿será Roma? ¿lo intentarán en Viena?
No obstante, el cuestionamiento esencial de ese ciudadano de a pie que dice no sentirse atemorizado (de dientes para afuera) es: ¿qué hacen los respectivos líderes de nuestra democracia para velar por nuestra seguridad? Y me refiero a hechos fehacientes para prevenir porque lo de lamentar ya está siendo muy repetitivo.
A COLACIÓN
Desde los atentados en Barcelona y Cambrils, las últimas 48 horas no han dejado de ser menos lúgubres: en Turku, Finlandia un marroquí de 18 años apuñaló a 10 mujeres, asesinando en el acto a dos de ellas; también en Surgut, ciudad rusa en Siberia occidental, el ISIS reivindicó un ataque con un puñal que dejó varios heridos.
Han habido otros hechos no aclarados todavía en Wuppertal, Alemania y muchos, muchos bulos en las redes sociales que no han hecho más que ahondar la confusión y provocar más pánico. Nótese que los ataques yihadistas perpetrados en varios lugares de Europa han sido consumados por jóvenes que viven en Europa, algunos emigrados otros de primera generación, todos son de diversas nacionalidades pero el único hilo conductor es su radicalización y juventud.
Me pregunto qué tipo de resentimiento mórbido los impulsa será ¿la falta de empleo? ¿su incipiente integración en la comunidad europea? Hace poco un conocido que trabaja en temas de seguridad me explicó que dejar un pasaporte o un documento de identidad por parte de los terroristas además de ser una forma de “firmar” su fechoría, lo hacen para que la Yihad pague una mensualidad económica a los familiares de aquellos que se “inmolan” por la causa. Si en el fondo éste es el lubricante perverso, extinguir este fenómeno no será nada fácil.
Directora de Conexión Hispanoamérica, economista experta en periodismo económico y escritora de temas internacionales
@claudialunapale